La cultura detrás de la calidad del software.
Cuando pensamos en calidad, solemos imaginar estándares técnicos, métricas de rendimiento, bugs, o cumplimiento de procesos.
Pero detrás de cada línea de código hay algo más profundo: valores culturales que determinan cómo se entiende la calidad, cómo se prioriza y cómo se mide.
Hace algunos años, un estudio sobre Desarrollo de Software Global (GSD) analizó equipos de más de diez países.
El resultado fue revelador: los desacuerdos más costosos no venían de la tecnología, sino de la falta de alineación cultural sobre qué significaba “hacer bien el trabajo”.
Pensemos en esto:
En China, muchos desarrolladores asocian la calidad con la productividad y la velocidad de salida al mercado.
El objetivo es cumplir los plazos, lanzar rápido, y mejorar sobre la marcha.
Mientras tanto, en la India, la idea dominante es distinta: la calidad es un fin en sí mismo, más importante incluso que la productividad.
Y en el mundo anglosajón —Estados Unidos, Reino Unido, Australia— suele buscarse un equilibrio pragmático: calidad, sí, pero sin sacrificar tiempo ni costo.
Estas diferencias generan malentendidos sutiles pero poderosos.
Un líder global podría creer que su equipo “no cuida la calidad”, cuando en realidad la está definiendo de otra forma.
Y no se trata solo de prioridades, también hay diferencias en cómo se gestiona la calidad:
Algunos países ponen el foco en prevenir los defectos (lo que se llama Aseguramiento de Calidad), mientras que otros prefieren detectarlos y corregirlos (Control de Calidad).
En Occidente y en China, se tiende al aseguramiento: procesos sólidos, prevención, revisión temprana.
En India, en cambio, el enfoque suele ser más reactivo: encontrar el error cuando surge, corregirlo rápido y avanzar.
¿El riesgo? Que esos pequeños errores acumulados se vuelvan costosos al final del proyecto.
Ahora bien, ¿de dónde nacen estas diferencias?
En gran parte, de las dimensiones culturales que describió Geert Hofstede.
Veamos algunas de las más relevantes en el contexto del software.
Primero, la distancia de poder:
En culturas jerárquicas, como India o Tailandia, es difícil que un desarrollador cuestione a su jefe, incluso cuando detecta un error o una inconsistencia en los requerimientos.
En cambio, en culturas de baja jerarquía, como Suecia o Australia, es normal desafiar al superior si algo no encaja.
¿La consecuencia? En los entornos más jerárquicos, los problemas suelen detectarse tarde —no porque falte capacidad técnica, sino porque falta espacio para hablar.
Segundo, evitar la incertidumbre:
Japón es un buen ejemplo: una cultura con alta aversión al riesgo.
Allí se diseñan múltiples alternativas antes de tomar una decisión.
El resultado es una planificación muy robusta… pero a veces lenta.
Desde fuera, otros equipos podrían verlo como “parálisis por análisis”.
En contraste, culturas más relajadas ante la incertidumbre —como Italia o Estados Unidos— adoptan enfoques ágiles, iteran rápido, prueban, fallan y corrigen.
El famoso “equivócate mucho, equivócate rápido” de occidente puede sonar irresponsable en Asia, donde fallar públicamente aún se percibe como pérdida de honor o credibilidad.
Tercero, la orientación a largo plazo:
En culturas que piensan en horizontes extensos —como la china—, las inversiones en procesos de calidad son bienvenidas, aunque los resultados tarden en llegar.
En culturas más cortoplacistas, la presión por mostrar resultados inmediatos puede debilitar esas transformaciones.
Cuarto, la masculinidad cultural:
En entornos más competitivos y asertivos —como Estados Unidos o Corea del Sur—, la calidad puede entenderse como una demostración de logro individual.
En culturas más colaborativas —como Suecia o los Países Bajos—, la calidad se negocia colectivamente: se busca el consenso antes que la competencia.