Tácticas específicas para Negociaciones Interculturales: Más que una capa de multiculturalidad sobre negociaciones tradicionales
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cómo debemos cambiar las tácticas de negociación cuando el entorno es intercultural.
No se trata de decir que “unos son muy rígidos y otros más flexibles”, o que “unos son directos y otros buscan amistad primero”.
Eso ya lo hemos oído muchas veces y en realidad son clichés sin sentido, que no aportan nada a la estrategia de negociación.
Lo que vamos a explorar hoy son tácticas reales, esas que los negociadores más experimentados usan para adaptarse cuando negociamos con personas de otras culturas.
La primera es: Cambiar el objetivo.
Esta primera táctica es más mental que técnica: entender qué busca realmente la otra parte.
En algunas culturas, la prioridad es que todo quede claro, documentado, y firmado lo antes posible.
En otras, un contrato no genera suficiente credibilidad, por lo cual lo más importante es construir confianza antes de llegar al papel.
Pero en la práctica, lo que diferencia a un buen negociador intercultural no es elegir entre “contrato o relación”, sino saber cuándo moverse de un lado al otro.
A veces, avanzar significa dejar que la conversación respire, dar espacio para que la otra parte consulte, reflexione o mida la relación.
Otras veces, la mejor táctica es estructurar el proceso y poner orden para que las cosas avancen.
La clave está en leer el momento y ajustar el ritmo. ¿Y esto cómo se hace?
Pues hay varias pistas que puedes identificar fácilmente:
Si ya te piden especificaciones técnicas o legales, están listos para el contrato; si hacen preguntas más generales o personales, aún están en modo “relacional”.
Si las personas con que negocias cambian o aparecen figuras más jerárquicas, es señal de que están evaluando la relación antes de comprometerse formalmente.
La segunda táctica es: Adaptarse sin perder el centro.
Negociar entre culturas no es cuestión de ser “flexible” o “amable”.
Es cuestión de leer cómo funciona el sistema del otro lado.
Cada cultura tiene su propia lógica: cómo se gana credibilidad, cómo se ejerce autoridad, cómo se dice que no.
Y ahí entra la inteligencia cultural, o CQ.
Un negociador con alto CQ sabe tres cosas:
Primero, observa las normas que rigen la interacción.
Segundo, ajusta su comportamiento —no para imitar, sino para conectar sin perder autenticidad.
Y tercero, interpreta el contexto: entiende que un silencio puede decir tanto como un argumento.
Un tip útil para adaptarse sin perder el foco sería entrar con fuerza cuando hay claridad, haciendo un resumen concreto y proponiendo el siguiente paso; o por el contrario, inducir una pausa cuando el ambiente se enfría, bajando la velocidad y sugiriendo revisar las cosas para entender el punto de vista del otro.
La tercera es la Comunicación táctica:
La táctica no está solo en lo que decimos, sino en cómo elegimos decirlo.
En algunos contextos, la fuerza del argumento está en la claridad: datos, hechos, cifras.
En otros, el poder está en el ritmo, el tono, las pausas o incluso el silencio.
Por ejemplo, hay negociadores que usan ofertas múltiples para leer lo que la otra parte valora sin preguntar directamente.
Otros usan una mímica sutil —pequeños gestos o tonos que generan afinidad inconsciente.
Y muchos combinan ambas cosas: claridad en el contenido, pero sensibilidad en la forma.
El objetivo es manejar la conversación en dos planos al mismo tiempo:
el racional —lo que se dice— y el cultural —lo que se interpreta.
La cuarta táctica es utilizar el tiempo como herramienta.
El tiempo no significa lo mismo en todas partes.
Y en la negociación, el tiempo también es una táctica.
En algunos lugares, avanzar rápido demuestra eficiencia.
En otros, hacerlo lentamente demuestra respeto.
Un buen negociador no impone su propio ritmo: usa el tiempo como señal estratégica.
Sabe cuándo acelerar para aprovechar el impulso, y cuándo desacelerar para dejar que la relación madure.