エピソード

  • 24 Domingo C Parábolas de la oveja y la moneda perdida
    2025/09/11

    Parábolas de la oveja y la moneda perdida

    Jesús atraía a los pecadores y los fariseos se quejaban de ello. Los pecadores seguimos a Jesús porque nos ofrece una oportunidad de dejar detrás nuestra vida pasada. Lo necesitamos; sin él no somos nada. Cuanto más débiles nos vemos, más nos atrae Jesús. Como un imán, que cuanto más cerca está del hierro, más difícil es separarlo. Nuestro mundo ha perdido el sentido del pecado y así ha perdido la atracción hacia Dios. Nuestra sociedad se mueve alrededor de si misma sin una fuerza gravitacional que la estabilice, como la luna, que, si no se moviera alrededor de la tierra, sería destruida por el sol. La falta de Dios es como un agujero negro que chupa todo dentro de un vacío sin nada.

    Esta queja de los fariseos dio a Jesús la oportunidad para darnos esas parábolas de la misericordia de Dios. En el mundo roto que vivimos, el perdón de Dios es muy importante. Cuando le preguntaron a Juan Pablo II que es lo que le había impresionado más de Dios contestó: “su infinita misericordia.” Dios dijo a Santa Catalina de Siena: “La misericordia es el atributo que más prefiero. Por el amor incomprensible que siento por el hombre, envié a la Palabra, mi único Hijo. Es como un puente entre el cielo y la tierra, uniendo ambas naturalezas, la divina y la humana.”

    Se podría describir el Pontificado de Francisco con una palabra: misericordia. Declaró el 2015 como año de la misericordia. Escribió un libro titulado: El nombre de Dios es Misericordia. Dice que la misericordia es el primer atributo de Dios. Nos recuerda “que no hay situaciones de las que no podemos salir, no estamos condenados a unas arenas movedizas. Dios no quiere que nadie se pierda. Su misericordia es infinitamente más grande que nuestros pecados.” Santa Teresita del Niño Jesús encontró una debilidad en Dios: “Es ciego e ignora las matemáticas. No sabe sumar.”

    Hoy Jesús nos da dos parábolas muy similares. Ambas representan las mismas acciones: perder, buscar, encontrar y alegrarse. Esta es nuestra historia: perdiéndonos constantemente, Dios saliendo en nuestra búsqueda, encontrándonos si le dejamos, devolviéndonos al redil, regocijándose con los ángeles y santos, y elevándonos a un nivel superior. Cada vez que nos encuentra, en vez de castigarnos, nos trae más cerca de él. Dios utiliza nuestros pecados para levantarnos, enriquecernos y cubrir nuestra desnudez con sus gracias.

    Cada parábola acentúa un aspecto diferente. En la oveja perdida, Jesús aparece como el Buen Pastor, que nos lleva en sus hombros. Es la representación más antigua que tenemos de él en las catacumbas. Nos enseña que está dispuesto a dejar las otras 99 ovejas para encontrarnos. Jesús no se desanima nunca. Dale la alegría de encontrarte. Sólo si tu no quieres, no podrá devolverte al rebaño. La parábola de la moneda perdida nos muestra la importancia de nuestra alma. Somos únicos a los ojos de Dios. De la misma manera que las monedas antiguas representaban la imagen del emperador, así tenemos grabada la imagen de Dios en nuestra alma. Deberíamos mantenerla limpia y reluciente.

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  • 23 Domingo C Condiciones para seguir a Jesús
    2025/09/05

    Condiciones para seguir a Jesús

    Hoy en el evangelio Jesús se pone serio. Mira a la gente que le sigue y se da cuenta que muchos de ellos están ahí por razones humanas. Le seguían porque querían ver milagros, ser alimentados con unos buenos bocadillos de pan y pez, porque hablaba muy bien, porque se metía con los fariseos, defendía a los pobres, o porque se podía convertir en un líder político. Lo mismo ocurre con nosotros. Le seguimos porque nos encontramos bien, porque es lo que hay que hacer o por lo que los demás dirán de nosotros. Jesús emplea un lenguaje fuerte: para amarle hay que odiar todo lo demás. Algunos autores tratan de suavizar su expresión, pero Jesús quería subrayar este punto: o estamos con él o contra él.

    Lo que dice hoy tiene relación con él y con nosotros. Otras religiones tienen mensajes diferentes. La mayoría de los líderes religiosos, Buda, Mahoma, Confucio o Lutero, nos dieron unas ideas para seguir, una doctrina para creer, pero no nos pidieron que los amaramos. Solo Jesús exige un amor total. Su reivindicación es muy fuerte, una que no permite medias tintas: sino me amas más que a todas las demás cosas, no puedes ser mi discípulo. Jesús, o está en la verdad, o está loco; o es el Hijo de Dios, o es un charlatán.

    Ante lo que dice, debemos hacer una elección. Si es verdad lo que dice, todo lo demás debería pasar a un segundo plano. Y sabemos que es verdad lo que enseña. Hemos sido creados para él, y hemos experimentado que, sólo siguiéndole, somos verdaderamente felices, que él es el único que puede llenar los deseos de nuestra alma. Para ponerle en primer lugar, tenemos que reconocer que hay entre Jesús y nosotros. No es fácil ser sinceros. Hay cosas en nuestras vidas que no pertenecen a Jesús, y poco a poco, a través de un examen de conciencia, deberíamos descubrirlas y traerlas a Jesús, o si hace falta, desembarazarnos de ellas. Deberíamos rechazar todo lo que no nos deja acercarnos al Señor.

    Tenemos los ejemplos de los santos, que consiguieron vencer la guerra contra ellos mismos. San Francisco de Asís dependía mucho de su padre; le devolvió todo, hasta sus vestidos, quedándose desnudo en frente de todo el mundo. Santo Tomas de Aquino tuvo que luchar contra su familia que no quería que fuera dominico; lo encerraron en un castillo por un año hasta que pudo escapar. Santa Catalina de Siena no quería casarse con el marido que su madre había preparado para ella; se cortó su preciosa cabellera y el futuro marido no quiso casarse con una mujer pelada. San Antonio vendió todas las posesiones que tenía cuando murieron sus padres; estaba apegado a ellas, y gracias a su generosidad se convirtió en el padre de los padres del desierto. San Maximiliano Kolbe cambió su lugar por otro que iba a ser ejecutado en Auschwitz; dio su ida por él, como hizo Jesús con nosotros.

    No hace falta que lleguemos a estos extremos, pero si que hay cosas en nuestras vidas que no perteneces a Jesús. Le pedimos a nuestra madre Santa María que nos ayude a quitárnoslas de encima.

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  • 22 Domingo C Parábola de los primeros lugares
    2025/08/27

    La parábola de los primeros lugares

    Hoy vemos a Jesús comiendo en casa de un fariseo. Aprovecha las comidas para hablar con la gente y transmitir sus enseñanzas. Es importante sentarse a la mesa con nuestros familiares y amigos para pasar el tiempo juntos. Hoy en día la gente gasta el tiempo principalmente con sus pantallas, en vez de relacionarse con otros. Jesús aprovecha esos momentos para dar lecciones, en este caso una lección de humildad. Se dio cuenta de cómo la gente tomaba los mejores sitios y nos transmitió una parábola.

    La lección de hoy es muy práctica. Sus apóstoles vieron con sus propios ojos lo que les intentaba transmitir. Es normal que cuando vamos al cine a ver una película, a un estadio para asistir a un partido, o a un concierto de música, busquemos los mejores sitios para oír y para ver mejor. A Jesús le preocupaba más nuestra soberbia, que nos empuja a intentar ser los primeros. Ese fue el pecado de nuestros primeros padres, Adán y Eva, que se pusieron delante de Dios. Dicen que nuestra soberbia muere 24 horas después de muertos.

    En los antiguos libros de Teología Moral, los autores solían dibujar un edificio espiritual. Cada uno tenía sus teorías y diseñaba el edificio a su manera, con las puertas de la fe, esperanza y caridad, con las ventanas de las cuatro virtudes cardinales, las habitaciones de los siete dones del Espíritu Santo, y demás elementos. Todos ellos ponían como fundamento del edificio la humildad. Sin ella, toda la estructura espiritual se viene abajo. Sin humildad, antes o después el edificio se desmorona o se derrumba.

    Debemos reconocer que somos soberbios y que normalmente nos ponemos nosotros delante de Dios y de los demás. Es difícil aceptar nuestra nada. Es más fácil hacerlo si nos comparamos con Dios: él lo es todo y nosotros somos nada. Todo lo que tenemos viene de él. Solo tenemos nuestros buenos deseos y nuestros pecados. Si vemos a Dios como Padre, es más fácil vernos a nosotros como niños.

    Un joven fue a ver a un hombre santo y le preguntó cómo llegar a ser humildes: “Encuentra a alguien que sea más humilde que tú y haz algo por él.” Se fue, encontró un mendigo y lo invitó a comer. Se sintió mejor y se fue a ver al santo: “¿Soy ahora humilde?” El hombre santo respondió: “No, encuentra otra persona más humilde que tú y haz algo por él.” El joven se enfadó y le preguntó: “¿Cuántas veces tengo que hacerlo? ¿100 veces?” “Hasta que no encuentres nadie más humilde que tú.” Alguien dijo que Jesús tomó el último lugar en la tierra y nadie se lo puede quitar. Murió en la cruz por nosotros, un lugar reservado para los criminales. Si queremos estar más cerca de Jesús, tenemos que abajarnos a su nivel. Cuanto más bajos, más cerca. El beato Álvaro solía decir de la Virgen María: “Convencida de su pequeñez, nada la distraía de Dios.” Si hay alguien que podría ser orgullosa es ella. No hay nadie que posea más talentos y cualidades. Gente con muchas perfecciones viven en un pedestal y nos miran desde arriba hacia abajo. Con nuestra madre, pasa lo contrario; no hay nadie más accesible que ella. Porque no hay nada que la separe de Dios.

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  • 21 Domingo C La puerta angosta
    2025/08/21

    La puerta angosta

    Hoy en el evangelio vemos a Jesús que mientras iba caminando hacia Jerusalén, un hombre se le acerca y le hace una pregunta importante: “¿Son pocos los que salvan?” Todavía hoy seguimos debatiendo esa cuestión. Es algo que nos interesa a todos. ¿Cuántos se salvan? ¿Está vacío el infierno? Es parte de nuestra fe: todos necesitamos ser salvados. Sabemos que tenemos las gracias necesarias para ir al cielo. San Pablo dice que Dios desea que todos se salven.

    Jesús no respondió a la pregunta directamente. Nos dijo: “Esforzaos para entrar por la puerta angosta.” Nos envió la pelota de vuelta. Es nuestro problema. La puerta angosta es una buena comparación, una imagen bien gráfica. San Mateo nos explica un poco más de cómo es esa puerta: “amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y que pocos son los que la encuentran!” En esta vida hay dos caminos para transitar: uno va para abajo, y es ancho y fácil de seguir; el otro va para arriba, y es estrecho y difícil de encontrarlo.

    Esto nos dice que el cielo hay que ganarlo por fuerza, levantándose por las mañanas, luchando cada día un poquito, comenzando y recomenzando una y otra vez. ¿Crees que, tomándonos la vida con filosofía, llevando una vida fácil, andando a paso de tortuga, vamos a ganarnos el cielo? Hoy es un buen día para cambiar de marcha, apretar el acelerador, y tomarnos la fe más en serio. Jesús ha muerto por nosotros. ¿Qué hacemos por él? No es fácil saber cuánto esfuerzo debemos poner. O nos obsesionamos o pasamos de todo. Es difícil encontrar el punto medio. Los santos han sabido hacerlo. Todo depende de nuestro amor a Dios. Él no nos va a pedir algo que no podemos hacer. Si somos un poco débiles, debemos esforzarnos más. Si somos más bien estrictos, debemos ser más transigentes.

    La puerta angosta se abre a un maravilloso banquete nupcial. A Jesús le encanta hablar del banquete de bodas, pues él es el novio y nosotros somos la novia. Jesús nos dice lo que hay que hacer para poder entrar: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.” Todos estamos invitados. El problema es que no hay muchos que quieren entrar. Esto nos lleva a la cuestión de cuanta gente se condena. El buen Jesús nos habla del infierno: “allí habrá llanto y rechinar de dientes.” Nos advierte del castigo porque no quiere que vayamos ahí. Lo importante es que tengamos los ojos fijados en el cielo. Cuando mantenemos la vista alta, el camino no es tan difícil, y las alegrías de la eternidad nos ayudan a sobrellevar las pequeñas cruces. Los mártires soportaron los suplicios con alegría, porque ya podían ver la meta.

    Jesús acaba el evangelio de hoy con una paradoja: “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.” Imagina una carrera en que el último es el que gana; todos correrían hacia atrás. Muchos famosos de hoy en día acabarán en último lugar. No deberíamos tenerlos envidia. Quizá el mendigo de la esquina estará más arriba que nosotros. Tenemos que estar contentos con el camino que Dios ha preparado para nosotros. Es el que mejor se adapta a nuestras circunstancias. Todo lo que tenemos que hacer es seguirlo.

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  • 20 Domingo C Fuego he venido a traer
    2025/08/16

    Fuego he venido a traer a la tierra

    Hoy Jesús nos dice en el evangelio: “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda.” En la Biblia el fuego se utiliza como símbolo para describir el amor ardiente de Dios por nosotros. Ese amor divino es lo que hizo que la Palabra se hiciera hombre: tanto ha amado Dios al mundo que nos dio a su Hijo único. Jesús nos dio su vida por nosotros en la cruz: no hay mayor amor en el hombre, que dar su vida por sus amigos. Experimentamos su amor en la Eucaristía, cuando lo encontramos en el pan de vida. Santa Teresa de Jesús cuenta que una vez, cuando viajaba por España para comenzar un nuevo convento, durante el mes de enero, hacía mucho frio y estaba lloviendo. Ella estaba enferma, viajaba en una carreta, y los caminos estaban llenos de barro. Se quejó a Jesús. Este le respondió: Teresa, no te preocupes del frio. Yo soy el calor verdadero.

    De las tres virtudes teologales, solo la caridad permanece en la otra vida. La fe es la puerta, la esperanza nos empuja a entrar, pero es el amor lo que traemos con nosotros al otro lado. El amor permanece para siempre. Nuestro amor a Dios es una reflexión del amor que él tiene por nosotros. Cuando muramos, experimentaremos de lleno el fuego del amor de Dios. Aquí en la tierra no estamos preparados para disfrutarlo. Por eso Dios no suele aparecerse a las personas; sino desapareceríamos consumados por su fuego. Debemos transformarnos aquí en la tierra para poder confrontarlo, a través de la gracia y de nuestro esfuerzo personal. Benedicto XVI dice que el mismo amor de Dios, consume a las almas en el infierno, las purifica en el purgatorio, y las inflama en el cielo.

    Para que un fuego siga quemando y no se extinga, necesita ser atendido. Hay que echar leña constantemente. Lo mismo ocurre con el amor humano. Si no respetas a la otra persona, si la tomas sin consideración, la llama se puede extinguir. Para mantener el amor, hay que echar al fuego cada día un poco de nuestro egoísmo, de nuestro orgullo, de nuestra vanidad, de nuestra sensualidad. Nuestro amor a Dios tiene que crecer, y pasar de una pequeña llama a un fuego que arde el bosque, que quema todo lo que encuentra a su paso. Jesús causa contradicción por donde pasa. No nos podemos quedar indiferentes a su paso. El fuego de su amor es infinito, poderoso, incontenible, y se extiende a todo lo que toca. Eso es lo que han hecho los santos: inflamar a los demás con el amor divino.

    La Biblia nos recuerda que Dios es Amor. Él nos ha amado primero. Él es la causa de que estemos aquí. Quiere que le amemos, que le correspondamos a su amor por nosotros. Nos quiere a cada uno de nosotros personalmente. Somos únicos para él. No se olvida de nosotros. Nunca ha dejado de querernos. Su amor es incondicional. Y todo eso porque nos ha creado.

    El Cura de Ars decía que para ser santo uno tiene que ser medio loco. San Josemaría decía de sí mismo que era un loco por el amor a Dios. Los parientes de Jesús le tomaron por loco. En el día de Pentecostés, la gente pensó que los apóstoles estaban borrachos, después de estar llenos del Espíritu Santo. A san Francisco le llamaban el loco de Asís. Cuanto más santo seas, más gente pensará que tendrían que meterte en un manicomio. Dios está loco por nosotros. Vamos a pensar que podemos hacer para que nuestro amor de Dios aumente. Si estamos fríos, nuestra Madre Santa María puede soplar las brasas de nuestro amor.

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  • La Asunción de la Virgen
    2025/08/12

    La Asunción de la Virgen

    Hoy es un día de alegría, un día de celebración, una inmensa fiesta de bienvenida en el cielo. Por fin Jesús trae a su madre con él, cuerpo y alma al cielo. Durante su Ascensión, Jesús subió con su propio poder. Hoy le deja sus cohetes a su madre, para estar juntos para siempre. Jesús no podía esperar más. La quiere tanto, que mientras estábamos despistados, se la llevó consigo. Lo entendemos y le pedimos a Jesús que nos ayude a amar cada día más a nuestras propias madres, hasta que un día podamos estar juntos con ellas en el cielo.

    La Asunción de nuestra Madre es el último dogma mariano aprobado por la Iglesia, quizás porque es el último capítulo de su vida en la tierra. Pio XII definió solemnemente esta verdad en 1950: “la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.” Consiguió en esta frase, mencionar los otros tres dogmas marianos, su Maternidad, Virginidad y Concepción Inmaculada. Sudáfrica fue el primer país que declaró a nuestra Señora de la Asunción como patrona de esta tierra. La primera catedral construida en la Ciudad del Cabo está dedicada a la huida de la sagrada familia a Egipto, recordando cuando Jesús niño vino a África. A la fiesta de hoy la podemos llamar la huida al cielo, o la vuelta de María a su casa celestial.

    Hoy es un día de inmensa alegría en el cielo; sin embargo, para nosotros es un día un poco triste. Echamos de menos su presencia corporal. Nos hubiera gustado que Jesús nos hubiera dejado a su madre con nosotros en la tierra. Sabemos que Jesús está con nosotros en la Eucaristía y podemos decir que ella está con él haciéndole compañía. Ella nos recuerda su presencia cuando estamos distraídos. La echamos de menos porque ella es nuestra madre. Estamos orgullosos de ella. Tenemos dos madres, una terrenal y otra celestial. Las necesitamos las dos, una para nuestra vida natural y la otra para nuestra vida espiritual.

    Dios quería a su madre con él, al mismo tiempo como Virgen y como Madre. Sólo ella puede ser ambas cosas al mismo tiempo, y así santificar ambos estados en la vida, y darnos ejemplo de casada y célibe. Hoy en día, los dos estados, virginidad y maternidad, son despreciados, ridiculizados y deconstruidos. Nuestra sociedad presenta una idea negativa de ellos. Van juntos, para bien o para mal. Cuando alabamos la maternidad, la virginidad brilla. Y, al contrario, cuando una es denigrada, la otra se hunde.

    Nuestra Madre nos espera en el cielo. Jesús se fue a preparar un lugar para todos nosotros y María como buena madre se fue a comprobarlo. Madres saben lo que les gusta a sus hijos, que clase de colores, música y ambiente. Podemos aprovechar esta fiesta para fijar nuestros ojos en el cielo, fomentar la virtud de la esperanza, intentar acompañarla. Es peligroso el haber visto el cielo. Santos que han estado allí no quieren volver. Ambos, Jesús y su Madre, vendrán a recogernos un día, y llevarnos al lugar preparado para nosotros.

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  • 19 Domingo C Esperando al Señor
    2025/08/04

    Esperando al Señor que viene

    “Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas”, nos dice Jesús en el evangelio de hoy. Ahora diríamos: Abrochaos el cinturón de seguridad y encended el motor del coche. Estás son las dos actitudes que nos pide el evangelio. Primero, estar dispuestos para el viaje, y luego encended las luces exteriores, para dar bienvenida al huésped que viene. Es la misma expresión de la parábola de las vírgenes necias: viene el esposo, salid a su encuentro. Olvídate de ti mismo y dale la bienvenida. Primero nos ha creado, un diamante bruto, y espera que con el tiempo nos transformemos en una piedra preciosa. Ahora viene en nuestra búsqueda. Esa es la actitud que deberíamos tener: esperar al Señor que viene.

    No nos gusta esperar. Queremos las cosas aquí y ahora. Comprar online. Que nos las traigan los drones. No nos gusta esperar a Jesús toda nuestra vida. Nos gusta controlar todo, planear nuestro futuro, prevenir situaciones inesperadas. Nos gustaría saber cuándo viene Jesús a buscarnos. Hoy el evangelio nos dice que viene el día menos pensado, a una hora imprevista. Es fácil estar dispuestos por unos días, o por una semana; pero es difícil cada día. Cuando somos jóvenes y cuando somos viejos, cuando tenemos salud y cuando estamos enfermos, cuando el sol alumbra y cuando hay tormenta.

    Esperar no significa tener una actitud pasiva. Al contrario, requiere una disposición activa, estar de pie, escuchando, mirando hacia el horizonte. Significa examinar nuestra conciencia, para ver si tenemos listo el equipaje, descubrir lo que nos falta, o lo que nos hemos olvidado. Demanda afinar nuestro motor, pulir el chasis, renunciar al equipaje que nos sobra, ver que los faros funcionan, sacar afuera la basura, y traer suficiente comida para el viaje. Es una práctica cotidiana, para estar preparados, para seguirlo y estar conscientes de su presencia.

    Cuando Jesús venga, nos tiene que encontrar caminando hacia él, nuestros ojos fijos en el horizonte, en la eternidad, para poder ver su faz. Dispuestos a abrirle la puerta, porque el pomo está en nuestro lado. Puede golpear nuestra puerta en cualquier momento, y no debería encontrarnos durmiendo o distraídos con cualquier cosa. No podemos perder nuestro tiempo viendo películas, escuchando música, jugando video juegos, mirando los medios sociales o leyendo noticias.

    Dos consejos prácticos para estar dispuestos: primero, examinar nuestra conciencia, para saber en qué tenemos que luchar, para mejorar cada día un poco. Deberíamos preguntar al Señor, que quiere que hagamos hoy. Segundo ser pacientes. Lleva mucho tiempo crecer, madurar, avanzar en la vida interior. Pasito a pasito, uno detrás del otro. Dios es muy paciente con nosotros. No sabemos cuándo vendrá, pero todavía tenemos tiempo. Si estamos preparados, lo veremos llegar, como la gente santa, que saben cuándo van a morir, porque lo desean.

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  • 18 Domingo C La parábola del rico insensato
    2025/07/29

    La parábola del rico insensato

    Hoy en el evangelio Jesús nos ofrece la parábola del rico insensato. Es así como lo llama. Nosotros somos la persona de la parábola porque generalmente actuamos como él. Jesús nos llama insensatos porque no aprendemos. Pensamos que haremos algo importante en la vida. Perdemos el tiempo. Venimos sin nada y nos vamos con las manos vacías. No podemos llevarnos nada. Pensamos mucho acerca de las cosas de aquí, y no nos damos cuenta de que estamos destinados para las cosas de allá. Las lecturas de hoy nos recuerdan esa realidad.

    La primera lectura comienza con esa expresión: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Dicen que la traducción literal del hebreo se refiere a que todas las cosas son como pompas de jabón. Una pompa es bella, transparente, que asciende sin esfuerzo, pero que si la tocas desaparece sin dejar rastro. Es una buena comparación para lo que nuestra sociedad nos ofrece. Todo lo que vemos en las pantallas son solo chispas eléctricas en la nube, que tienen una vida efímera y pueden desaparecer en cualquier momento.

    En la segunda lectura, san Pablo nos dice: “Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.” Al principio del Prefacio de la Misa, el sacerdote nos recuerda lo mismo, intentado dirigir nuestros ojos hacia el cielo, diciendo: ¡Levantemos el corazón! Y le respondemos con decisión: “Lo tenemos levantado hacia el Señor! En el Aleluya antes del evangelio recitamos una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.” ¿Cómo pueden ser nuestros corazones benditos, si están apegados a las cosas de la tierra? ¿Dónde tengo apegado mi corazón? Dicen que hay tres clases de monedas: de metal, la criptomoneda y la espiritual. Esta última es la única que permanece en el cielo.

    Somos el hombre de la parábola, pensando en nuestro futuro, guardando el dinero en el banco para nuestra jubilación. Hacemos planes sin saber lo que va a ocurrir. Guardamos muchas cosas que no nos van a servir al final de nuestras vidas. Es asombroso la cantidad de cosas que almacenamos en nuestros armarios. Estamos hechos de un barro fácil de romper, o de un cristal quebradizo. Jesús nos dice que deberíamos guardar las cosas en un lugar seguro, en el cielo, donde no hay ladrón que robe ni polilla que destruya. En Sudáfrica se dice que, si algo se puede mover, te lo van a robar.

    En la vida de san Ignacio de Loyola tenemos una descripción de su conversión: cuando Ignacio pensaba en las cosas de la tierra, sentía un intenso placer, pero después se sentía seco y deprimido. Al contrario, cuando pensaba en la vida de los santos, experimentaba una inmensa paz y alegría. Al principio no se dio cuenta de ello, hasta que un día comenzó a maravillarse de la diferencia. Entendió el sentido de su experiencia: unos pensamientos lo dejaban triste y otros alegre. Las cosas de aquí no nos llenan. Estamos hechos para mucho más.

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