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Homilías de cuatro minutos

Homilías de cuatro minutos

著者: Joseph Pich
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このコンテンツについて

Homilías cortas del domingo© 2025 Homilías de cuatro minutos キリスト教 スピリチュアリティ 聖職・福音主義
エピソード
  • 31 Domingo C Zaqueo
    2025/10/29

    Zaqueo

    Tres obstáculos impedían a Zaqueo el ver a Jesús. Parecían imposibles de saltar, pero porque realmente quería verlo, desaparecieron uno detrás del otro. También nosotros nos encontramos con dificultades para descubrir a Dios, pero si queremos las podemos resolver. Podemos saltarlas una a una. Todo hombre tiene en su interior un deseo de ver a Dios, una sed de felicidad que solo lo infinito lo puede saciar. Estamos inquietos, intranquilos, hasta que alcancemos el destino para el cual hemos sido creados.

    Zaqueo era tan bajo de estatura que la muchedumbre le impedía ver a Jesús. La gente pequeña tiene normalmente una voluntad de acero, pues tienen que aprender a empujar, defenderse, y saltar para alcanzar lo que desean. Nosotros también somos pequeños delante de Dios. Aunque vivamos una vida virtual en los medios sociales, antes o después nos tropezamos con nuestra pequeñez. Sin Dios somos unas personas inseguras, de baja autoestima, no nos gustamos, buscamos atención y nos escondemos detrás de toda clase de adicciones que solo sirven para cavar nuestro agujero más profundo, y eventualmente auto destruirnos. Nos hemos olvidado de lo que los teólogos llaman amor de predilección: Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino que somos buenos porque Dios nos ama. Su amor viene primero, independientemente de cómo nos comportamos, de cómo pensamos o qué es lo que hacemos. Hemos sido creados por Él: somos sus criaturas. Y los cristianos somos sus hijos. Tenemos que concentrarnos más en el amor que Dios nos tiene, y dejar de compararnos con los demás.

    La muchedumbre era inmensa. Todo el mundo quería ver a Jesús. Y porque tenían envidia de Zaqueo por sus riquezas, se pusieron delante de él para que no lo viera. Lo vieron corriendo de arriba abajo siguiendo la línea de gente, y estos se estiraban para que no pudiera ver. El obstáculo más grande para Zaqueo eran sus riquezas, no le dejaban ver, eran como un muro delante de él. Una vez se concentró en Jesús, las paredes se difuminaron. También nos ocurre lo mismo a nosotros: el mundo, las cosas, la gente, las pantallas, no nos dejan ver a Jesús. Son árboles no nos dejan ver el bosque. Una vez nos fijamos en Jesús, todo desaparece.

    El tercer obstáculo para Zaqueo fueron los respetos humanos, la vergüenza de perder su fama y prestigio. Para vencerlo tuvo que subirse a un árbol en frente de todo el mundo. Aunque iba vestido con ropas lujosas, se alzó a una rama como un mono. Eso demostró a Jesús de que realmente lo quería ver. Hay siempre en nuestras vidas un árbol por el que subirnos y ver a Jesús. Debemos hallarlo y demostrarle que queremos encontrarnos con él.

    Jesús le dijo a Zaqueo que se bajara del árbol, que ya no hacía falta que se comportara como un animal: quiero venir a tu casa. Dio la mitad de sus bienes a los pobres abriendo su vida al Señor. También Jesús quiere entrar en nuestras vidas. Pero para eso debemos desprendernos de unas cuantas cosas y dárselas a los pobres.

    josephpich@gmail.com

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  • 30 Domingo C Parábola del Fariseo y el Publicano
    2025/10/22

    Parábola del Fariseo y el Publicano

    Cuando leemos esta parábola, pensamos que somos el Publicano. No pensamos que seamos el Fariseo, y nos equivocamos. Nos sentamos en el primer banco de la iglesia pensando que ese es nuestro lugar. Repasamos la lista de favores que hemos hecho a Dios. Esperamos que Dios nos felicite por nuestras buenas obras. Somos soberbios y arrogantes y no nos vemos como somos. Deberíamos arrodillarnos en el último banco, mirando al suelo, pidiendo perdón por nuestras ofensas, golpeando nuestro pecho para ver si podemos ablandar nuestro corazón.

    El mundo moderno se ha quitado a Dios de encima. Si todavía creemos que existe, lo hemos bajado a nuestro nivel. Por la ley del péndulo, hemos pasado de un Dios todopoderoso y justiciero, a un Dios de peluche, un hombre viejo con una barba blanca sentado en una nube, somnoliento, desinteresado de nuestras cosas. No es posible parar el péndulo en el medio; sigue moviéndose. Es imposible hacernos una idea verdadera de Dios.

    En la parábola de hoy Jesús nos enseña que nuestra oración debe fluir de un corazón humilde. Lo hace contraponiendo dos figuras conocidas por los judíos de entonces: un fariseo, maestro de la ley, respetado y admirado; y un publicano, despreciado y maltratado, porque recaudaba los impuestos para los romanos. Al contraponerlos, uno bueno y el otro malo, dependiendo de su oración, Jesús consigue la reacción contraria. Los dos van al templo a rezar, pero sólo uno vuelve justificado.

    Lo que Jesús nos pide hoy es que miremos a nuestros corazones, donde solo Dios tiene entrada. ¿Qué es lo que nos mueve, cuales son nuestros más profundos deseos, que realmente adoramos? No es fácil, pues no nos gusta examinar nuestra alma. ¿Qué guardamos ahí? ¿Hay lugar para Dios? Hoy es un buen día para abrir las ventanas de nuestra alma, encender todas las luces y dejar entrar a Jesús para ver juntos que es lo que tenemos dentro.

    Al principio de la Misa, durante el rito penitencial, hacemos un acto de contrición, para pedir perdón de nuestros pecados, como el publicano, golpeando nuestro pecho tres veces, para abrirlo a la gracia de Dios. San Agustín dice que es “para traer a la luz lo que está oculto y así lavar nuestros pecados escondidos.” San Jerónimo comenta que “sacudimos nuestro pecho porque es el lugar de nuestros malos deseos y así queremos purificar nuestros corazones.” Deberíamos escuchar los sonidos de nuestro pecho, golpeándolo con fuerza, sin miedo a romper algunas costillas. Para abrir el corazón para que Jesús entre y tome posesión. O para obtener un trasplante de corazón, como San Catalina de Siena, que Jesús le reemplazó su corazón con el suyo.

    josephpich@gmail.com

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  • 29 Domingo C Parábola del juez injusto
    2025/10/16

    Parábola del juez injusto

    Aunque la parábola de hoy se centra en la actitud del juez injusto, en su falta de temor de Dios y en su indiferencia ante la injusticia, esta debería llamarse la parábola de la viuda tozuda o perseverante, porque ella es la verdadera protagonista, la que al final vence y logra que se le haga justicia. Ella es un modelo ante la injusticia y la indiferencia. Nos enseña a como reaccionar cuando nos encontramos en situaciones imposibles: perseverar en la oración.

    En la primera lectura de la Misa vemos como Moisés observa el combate de Joshua contra Amalec. Mientras sus brazos se mantienen en alto, los israelitas ganan la batalla; cuando se cansa y los baja, comienzan a perder. Podemos imaginarnos la responsabilidad de Moisés, de mantener sus brazos alzados, pues las vidas de su gente estaban en peligro. Lo mismo nos ocurre a nosotros. Cuando paramos de rezar, el demonio se hace más fuerte; cuando perseveramos en la oración, la fe de la Iglesia se fortalece. Las almas de los demás están de alguna manera conectadas a nuestra vida de oración, especialmente de la gente más cercana a nosotros. Esto nos enseña a mantener nuestros brazos levantados en oración, pues tenemos la responsabilidad de mantener a los demás con nuestro esfuerzo. Los cristianos somos de una manera misteriosa, el alma del mundo. No podemos bajar nuestras defensas. Ayudamos a los demás con nuestra lucha, con nuestros sacrificios y con nuestro ejemplo.

    El evangelio dice expresamente que Jesús nos propuso esta parábola para enseñarnos la necesidad de orar siempre y no desfallecer. ¿Podemos rezar constantemente? En principio esto no es posible, pues no somos ángeles. San Agustín dice que orar es un ejercicio de deseo. Hemos sido creado para Dios y no descansaremos hasta que lo encontremos. Tenemos en nuestro corazón un anhelo de eternidad, de infinitud, de nuestro Creador, aunque muchas veces no sabemos cómo expresarlo. La oración busca las ascuas de las brasas escondidas en nuestro corazón, y las sopla para que se enciendan, y se conviertan en un incendio que queme todo el bosque de nuestros pecados. San Agustín dice que el deseo es nuestra oración, y que, si el deseo es constante, nuestra oración es duradera.

    La tradición oriental enseña la oración de Jesús, también llamada oración del corazón: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador. Puede convertirse en parte de tu vida, a través de una repetición constante, como el latir del corazón, aprovechando la respiración. En la Iglesia occidental tenemos el Santo Rosario, una oración que puede ser rezada en cualquier lugar y tiempo. Muchos santos han conseguido su inmersión en Dios a través de ella.

    La sociedad moderna nos ha enseñado que podemos concentrarnos constantemente en una misma cosa: nuestros móviles. Están siempre en nuestras manos, sonando, clicando, llamando, recibiendo mensajes, tomando fotos, hablándonos, utilizando aplicaciones. Exigen nuestra atención constante, como los bebés. Las grandes y potentes empresas tecnológicas diseñan estrategias para que estemos todo el tiempo pegados a su pantalla. ¿Podemos hacer lo mismo con Dios? La oración nos ayuda a conectar con Él; es gratis y no hace falta ningún artilugio. Utilizamos nuestro corazón para conectar con la eternidad y la infinitud.

    josephpich@gmail.com

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