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31 Domingo C Zaqueo

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Zaqueo

Tres obstáculos impedían a Zaqueo el ver a Jesús. Parecían imposibles de saltar, pero porque realmente quería verlo, desaparecieron uno detrás del otro. También nosotros nos encontramos con dificultades para descubrir a Dios, pero si queremos las podemos resolver. Podemos saltarlas una a una. Todo hombre tiene en su interior un deseo de ver a Dios, una sed de felicidad que solo lo infinito lo puede saciar. Estamos inquietos, intranquilos, hasta que alcancemos el destino para el cual hemos sido creados.

Zaqueo era tan bajo de estatura que la muchedumbre le impedía ver a Jesús. La gente pequeña tiene normalmente una voluntad de acero, pues tienen que aprender a empujar, defenderse, y saltar para alcanzar lo que desean. Nosotros también somos pequeños delante de Dios. Aunque vivamos una vida virtual en los medios sociales, antes o después nos tropezamos con nuestra pequeñez. Sin Dios somos unas personas inseguras, de baja autoestima, no nos gustamos, buscamos atención y nos escondemos detrás de toda clase de adicciones que solo sirven para cavar nuestro agujero más profundo, y eventualmente auto destruirnos. Nos hemos olvidado de lo que los teólogos llaman amor de predilección: Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino que somos buenos porque Dios nos ama. Su amor viene primero, independientemente de cómo nos comportamos, de cómo pensamos o qué es lo que hacemos. Hemos sido creados por Él: somos sus criaturas. Y los cristianos somos sus hijos. Tenemos que concentrarnos más en el amor que Dios nos tiene, y dejar de compararnos con los demás.

La muchedumbre era inmensa. Todo el mundo quería ver a Jesús. Y porque tenían envidia de Zaqueo por sus riquezas, se pusieron delante de él para que no lo viera. Lo vieron corriendo de arriba abajo siguiendo la línea de gente, y estos se estiraban para que no pudiera ver. El obstáculo más grande para Zaqueo eran sus riquezas, no le dejaban ver, eran como un muro delante de él. Una vez se concentró en Jesús, las paredes se difuminaron. También nos ocurre lo mismo a nosotros: el mundo, las cosas, la gente, las pantallas, no nos dejan ver a Jesús. Son árboles no nos dejan ver el bosque. Una vez nos fijamos en Jesús, todo desaparece.

El tercer obstáculo para Zaqueo fueron los respetos humanos, la vergüenza de perder su fama y prestigio. Para vencerlo tuvo que subirse a un árbol en frente de todo el mundo. Aunque iba vestido con ropas lujosas, se alzó a una rama como un mono. Eso demostró a Jesús de que realmente lo quería ver. Hay siempre en nuestras vidas un árbol por el que subirnos y ver a Jesús. Debemos hallarlo y demostrarle que queremos encontrarnos con él.

Jesús le dijo a Zaqueo que se bajara del árbol, que ya no hacía falta que se comportara como un animal: quiero venir a tu casa. Dio la mitad de sus bienes a los pobres abriendo su vida al Señor. También Jesús quiere entrar en nuestras vidas. Pero para eso debemos desprendernos de unas cuantas cosas y dárselas a los pobres.

josephpich@gmail.com

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