• 651. El hombre mosquito (Bolivia)
    2025/04/07

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Hace muchos años, en un pequeño y tranquilo pueblo, vivía un hombre llamado Juan. Juan era conocido por ser amable y trabajador, y estaba casado con una mujer llamada María, quien era muy querida por todos en el pueblo. Sin embargo, Juan tenía un secreto oscuro que nadie conocía: cada noche, cuando el sol se ocultaba y la luna brillaba en el cielo, Juan se transformaba en un mosquito.

    Durante el día, Juan llevaba una vida normal, trabajando en los campos y compartiendo momentos felices con María. Pero cuando la noche caía, su cuerpo cambiaba y se convertía en un pequeño insecto con alas, atraído irresistiblemente por la sangre. Cada noche, Juan volaba hacia su esposa y, sin poder contenerse, la picaba para alimentarse de su sangre.

    María, sin saber lo que ocurría, despertaba cada mañana con ronchas dolorosas en su piel. Al principio, pensó que eran simples picaduras de insectos, pero con el tiempo, comenzó a sentirse cada vez más débil. Su salud se deterioraba rápidamente; había perdido mucho peso, su piel se había vuelto amarilla y sus fuerzas la abandonaban. A pesar de su estado, Juan continuaba picándola cada noche, incapaz de resistir la tentación.

    Finalmente, María cayó gravemente enferma. Su fiebre era alta y no mejoraba con los remedios tradicionales. Los días pasaban y su condición empeoraba, hasta que un fatídico día, María murió. Juan estaba devastado por la pérdida de su amada esposa, y el pueblo entero se sumió en la tristeza. Nadie entendía la causa de su muerte, así que los aldeanos decidieron investigar.

    Con el tiempo, Juan comenzó a ponerse cada vez más nervioso. La gente del pueblo notó su comportamiento extraño y empezó a sospechar de él, especialmente cuando otros habitantes comenzaron a despertar con ronchas similares a las de María. Desesperados por encontrar respuestas, los aldeanos acudieron a un brujo conocido por sus conocimientos sobre lo sobrenatural.

    En el pequeño pueblo, el brujo era conocido por sus vastos conocimientos sobre lo sobrenatural y lo oculto. Vivía en una cabaña apartada, rodeada de hierbas medicinales y objetos místicos que utilizaba en sus rituales.

    El brujo había heredado sus habilidades de sus ancestros, quienes también habían sido curanderos y sabios. Desde joven, había mostrado un talento especial para comunicarse con los espíritus y entender los secretos de la naturaleza. La gente del pueblo acudía a él en busca de ayuda para curar enfermedades, resolver problemas y protegerse de las fuerzas malignas.

    El brujo, tras escuchar las preocupaciones de la gente, realizó un ritual para descubrir la verdad. Les dijo que la causa de las ronchas y enfermedades era un insecto pequeño, molesto, con alas, que se alimentaba de sangre. Finalmente, reveló que el insecto era Juan, el hombre que había matado a su esposa. El brujo no solo reveló la identidad del culpable, sino que también les dio la solución para acabar con él. Sabía que Juan, en su forma de mosquito, no podía ser derrotado por medios convencionales.

    Después de que el brujo revelara la verdad sobre Juan, los aldeanos se sintieron traicionados y llenos de ira. Decidieron que debían capturar a Juan y hacer justicia por la muerte de María y las enfermedades que estaban sufriendo. Se organizaron en grupos y comenzaron a buscarlo por todo el pueblo y sus alrededores.

    Juan, consciente de que su secreto había sido descubierto, intentó esconderse. Pasó la noche en un lugar apartado, esperando que la furia de los aldeanos se calmara. Sin embargo, al día siguiente, Juan decidió regresar al pueblo, pensando que podría explicar su situación y pedir perdón.

    Cuando los aldeanos vieron a Juan, lo

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  • 650. La mosca en la copa (infantil Japón)
    2025/04/05

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez en En el Japón feudal hace muchos cientos de anos un señor feudal llamado Hansaemón. Hanasemon era un daimyo, un noble guerrero que de acuerdo a su noble estirpe gobernaba sobre vastas tierras y tenía numerosos vasallos. Su castillo, construido en lo alto de una colina, estaba rodeado de jardines zen y bosques de bambú, reflejando la belleza y serenidad de la naturaleza japonesa. El castillo, con sus torres y muros de piedra, era un símbolo de poder y protección y todos en las tierras alrededor lo veneraban.

    Una noche, durante el festival de la cosecha, el señor Hansaemón organizó un gran banquete en el salón principal de su castillo. Las paredes del salón estaban decoradas con biombos pintados con escenas de la vida samurái y la naturaleza. Los invitados, vestidos con elegantes kimonos de seda, disfrutaban de una variedad de platos tradicionales acompañados de sake servido en delicadas copas de porcelana.

    El sake, un símbolo de hospitalidad y refinamiento, era preparado con arroz cultivado en los campos del daimyo y fermentado siguiendo técnicas ancestrales. A todos los invitados las copas llenas de sake les ofrecia el mayor de los placeres ya que pronto sentían un alivio de sus preocupaciones diarias. Mientras el señor Hansaemón bebía su sake con gran entusiasmo, pasaba por allí una mosca, que atraída por el aroma dulce del vino de arroz, se dejo caer dentro de la copa de aquel señor feudal . Sin darse cuenta el señor Hansaemón acercó sus labios a la copa y con un movimiento rapido bebio su sake y se tragó la mosca junto con el sake.

    Hansaemon sintió un poco raro su trago pero estando ya de por si un poco borraco no le presto atención pero Pronto, comenzó a sentir una incomodidad en su estómago, pues la mosca revoloteaba y zumbaba, causando gran molestia. Preocupado, el señor Hansaemón llamó a su médico personal, un sabio conocido por sus conocimientos en el arte de curar, que vivía en un templo cercano. El médico, vestido con su kimono de seda y portando un abanico de papel se acercó a el Señor Hansaemon y colocando un tubo de bambu sobre la barriga de su paciente escucho atentamente el revolotear de la mosca en el estomago del Señor Hansaemon. Luego con toda ceremonia dijo. Su señoria he de informarle que hay una mosca en su interior.

    Una mosca. Protesto Hansaemon… como es posible yo no entiendo como llego allí, Pero digame como voy a ser para deshacerme de ella. Me causa mucha molestia. El Medico lentamente le dijo.

    —El mejor remedio para su problema es tragarse una rana viva. La rana se comerá a la mosca.

    Una Rana ….. Seguro que eso solucionara mi problema.

    Si dijo el Medico. Es conocido el apetito que tienen las ranas por las moscas. Sin duda rápidamente la rana se comera la mosca.

    El señor Hansaemón ordenó a sus samuráis que cazaran una rana fuerte y sana en el jardín del castillo. Los jardines del castillo, diseñados siguiendo principios zen, eran hogar de diversas criaturas, incluyendo ranas que croaban en los estanques de agua. Con una bella rana verde aparecieron los samuráis después de algunos minutos y se la presentaron a su señor.

    Hansaemon la miro con mucho desprecio pero siguiendo el consejo de su medio les pidió que la pusieran en su boca para así tragársela. Con gran dificultad como se pueden imaginar, el señor Hansaemón logró tragarse la rana.

    Y Tal como había dicho el médico, cuando la rana llego al estomago vio la mosca revoloteando y abriendo su boca de rana saco una larga lengua que atrapo a la mosca y se la comio en un santiamén.. Pero ahora el señor Hansaemon tenía otro problema. En su estomago tenía una rana que como sabemos

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  • 649. El arbol de Cassandra (Leyenda Gran Canaria)
    2025/04/02

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez una jovencita de 15 años de edad que vivía en la isla de gran canaria. La joven de gran belleza era pretendida por cuanto varón había en la isla, pero el corazón de la joven pertenecia a otro joven de la misma edad llamado Ivan. Todos conocían la idílica relación entre los jóvenes y sabían que ambos solían tomar largos paseos hasta un árbol frondoso que por su edad se presentaba fuerte y vigoroso y que era posiblemente el más viejo de toda la isla.

    in embargo, los tiempos no eran favorables para los amores adolescentes. Por aquellas épocas en España se vivía una sociedad estricta y conservadora, y las relaciones entre jóvenes eran vistas con desconfianza. La prudencia debía ser su guía, pero todos sabemos que el primer amor es a menudo imprudente y descuidado. Pero como dice el dicho, pueblo chico infierno grande, Los rumores comenzaron a circular, alimentados por la envidia y los prejuicios de los vecinos. Y pronto se supo en toda la isla que los dos jóvenes tenían un romance. La familia de Casandra pronto se vio señalada y criticada por permitir una relación que muchos consideraban insana y antinatural.

    A pesar de las dificultades, Casandra e Iván continuaron viéndose en secreto. Su amor era fuerte y apasionado, y no podían imaginar la vida sin el otro. Paso el tiempo y ambos muchachos solían escaparse de sus padres y de la mirada de los vecinos para encontrarse futrivamente debajo de aquel gigantesco pino que sobresalía sobre las montanas de el municipio de Tejeda y cerca a el juncal. Allí en aquel hermoso paraje desde donde se veía las aguas de la represa de las niñas a sus pies, los jóvenes se juraron amor eterno como suelen hacerlo los enamorados.

    Pronto casandra comprendió que había quedado embarazado y pese a los prejuicios de la población y la tristeza de sus padres decidieron que tendrían el hijo o hija a toda costa. Así valientemente continuaron con el embarazo hasta que unos meses más tarde y Fruto de su relación nacieron dos mellizos, un niño y una niña. Y pese La llegada de los bebés debería haber sido un momento de alegría para la pareja, se dice que para Casandra, fue el inicio de una crisis emocional muy profunda y que debido a esto Cassandra comenzó a dudar del amor de Iván, temiendo que él la abandonara cuando ella envejeciera y perdiera su belleza.

    Así que en su desespero decidio invocar al y pedirle que que impidiera que Ivan le llegara a abandonar en el futuro. Era una noche oscura y tormentosa, con el cielo cubierto de nubes negras que amenazaban con desatar una lluvia torrencial. El viento soplaba con fuerza, haciendo que las ramas del árbol donde había conocido el amor se agitaran violentamente. Casandra, con el corazón lleno de desesperación, se dirigió al árbol. El lugar estaba envuelto en una atmósfera inquietante, con sombras que parecían moverse por sí solas y el sonido del trueno resonando en la distancia.

    Casandra llevaba consigo una pequeña bolsa de cuero, en la que guardaba los elementos necesarios para el ritual con el cual invocaría la presencia del diablo. . Con manos temblorosas, sacó una vela negra, un cuchillo de plata y un pequeño frasco de sangre. Colocó la vela en el suelo, justo al pie del árbol, y la encendió. La llama parpadeaba en la oscuridad, proyectando sombras siniestras en el tronco del árbol. Con el cuchillo, Casandra trazó un círculo alrededor de la vela, murmurando palabras antiguas y olvidadas.

    El aire se volvió más frío y pesado, y una presencia oscura comenzó a manifestarse. El Diablo, astuto y sibilino, apareció ante ella en una forma que solo ella podía ver. Su figura era imponente y aterradora, con ojos que brillaba

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  • 648. Las ovejas del pastor (infantil)
    2025/03/31

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez un pastor que vivía en una pequeña aldea en lo que hoy es el pais vaco en España Su hogar estaba rodeada de colinas verdes y prados floridos En el pueblo reconocían Este pastor por su dedicación y amor hacia su rebaño de ovejas. Cada oveja tenía un nombre especial que él mismo les había dado, y conocía sus personalidades y peculiaridades. Había una oveja llamada Blanca, que siempre era la primera en seguirlo, y otra llamada Luna, que tenía una mancha en forma de media luna en su lana. También estaba Estrella, que siempre se quedaba atrás, observando el cielo, y Nube, cuya lana era tan blanca y esponjosa que parecía una nube en el cielo.

    Cada mañana, el pastor se levantaba al amanecer y, con la ayuda de su fiel perro pastor, abría el redil para llevar a las ovejas a pastar. Caminaban juntos por senderos cubiertos de rocío, mientras el sol comenzaba a asomarse por el horizonte. El pastor siempre se aseguraba de que sus ovejas encontraran los mejores pastos y bebieran agua fresca de los arroyos que serpenteaban por los prados. Les hablaba con cariño, les cantaba canciones y les contaba historias mientras pastaban.

    Un día, sin embargo, el pastor no apareció. Las ovejas esperaron pacientemente, pero en lugar de su querido cuidador, un viejo huraño con el ceño fruncido y una actitud distante llegó para llevarlas a pastar. Este hombre no conocía los nombres de las ovejas ni les prestaba la misma atención. Las ovejas se sintieron inquietas y desorientadas, extrañando el cariño y la calidez de su pastor. El viejo huraño las llevaba a pastos menos verdes y no se preocupaba por su bienestar.

    El perro pastor, que también echaba de menos a su amo, se acercó a las ovejas y les explicó con tristeza: "El pastor está muy enfermo. El doctor cree que no vivirá mucho." Las ovejas, al escuchar esto, se llenaron de preocupación y tristeza. Blanca, Luna, Estrella y Nube se miraron entre sí, sabiendo que debían hacer algo para ayudar a su querido pastor.

    Esa noche, cuando el nuevo pastor hubo regresado a su casa, las ovejas decidieron hacer algo. Con la ayuda de el perro pastor que siempre las vigilaba, salieron de su corral sigilosamente y se dirigieron en silencio a la casa del pastor enfermo, que estaba situada al borde del pueblo, rodeada de árboles frondosos. Se reunieron bajo su ventana y, con un sentimiento profundo de amor y lealtad, empezaron a balar suavemente. Sus balidos eran como una melodía triste pero llena de esperanza. Blanca lideraba el grupo, mientras Luna, Estrella y Nube se unían a ella en un coro de balidos.

    El pastor, acostado en su cama, escuchó los balidos de sus queridas ovejas. Aunque estaba débil y febril, comprendió cuánto lo querían y cuánto lo echarían de menos si él muriera. Este gesto de cariño le dio fuerzas y esperanza. Con lágrimas en los ojos, el pastor sintió una renovada determinación de luchar contra su enfermedad. Recordó los días felices en los prados, las historias que les contaba a las ovejas y los momentos de paz que compartían.

    A partir de esa noche, el pastor comenzó a mejorar poco a poco. Cada día se sentía un poco más fuerte, motivado por el amor de sus ovejas. Su recuperación fue lenta pero constante, y cada mañana, al escuchar los balidos de sus ovejas desde su ventana, sentía que su salud mejoraba un poco más. El perro pastor también estaba siempre a su lado, vigilando y cuidando de él.

    Después de unas semanas, finalmente pudo levantarse de la cama. Con la ayuda de su perro pastor, salió al aire libre y respiró profundamente el aire fresco de la mañana. Con una sonrisa en el rostro y una nueva energía, volvió a salir con sus ovejas a los prados. Las ovejas, felic

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  • 647. El origen del Oro. (Leyenda Pacífico Colombia)
    2025/03/29

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en los principios de los tiempos en un mundo del pacifico de Colombia un grupo de habitantes que vivían entre la selva de el abundante vegetación. La tribu tenía que ocultarse bajo la sombra de los grandes arboles porque en ese tiempo el sol era gigantesco. El sol que permanecía constantemente en el cielo y su luz era tan brillante que no dejaba ver nada una vez se salía de la pequeña sombra que producía la vegetación.

    Además el calor era insoportable lo que hacia más duro el salir a trabajar o pescar o hacer cualquier actividad humana.

    En aquella tribu había un hombre llamado Oro que desde pequeño se había destacado por su valentía desde muy joven. El joven dijo un día. Yo voy a tomar mi honda y me dirigiré a lo más alto de las montanas que veo en el horizonte y desde allí empezare a arrojar piedras al sol. Debemos castigarlo para que no moleste más a nuestra tribu.

    Así que oro salió presuroso por entre la selva y cruzando ríos y quebradas llego al borde mismo de aquella cordillera que veía a lo lejos, La cordillera occidental de los andes. Con dificultad ya que era hombre de selva comenzó a escalar las altas montanas hasta que llego a la más alta y allí comenzó a recoger cuanta piedra veía a su alrededor. El sol por su parte ignorante de la presencia de oro seguía iluminando la tierra con su gigantesca bola de fuego y calor.

    Oro Tomo pues la primera piedra y con su destreza cargo su honda para luego con todas sus fuerzas enviar aquella piedra contra el sol. Vico pus oro como su piedra volaba hasta las alturas y allí vio como el sol recibía el golpe. De pronto desde el sol vio que unas pocas chispas de color cayeron en las montanas

    Oro recogió otra guijarro y de nuevo repitió el proceso. Una vez más la piedra golpeo el gigantesco disco amarillo y de nuevo algunas pedazos del sol cayeron esta vez en el medio de la selva.

    Y siguió Oro lanzando piedras al sol y cada vez caían más y más pequeños pedazos de sol a la selva, las montanas y las quebradas y ríos de la región.

    Oro noto que con cada uno de los golpes el sol iba perdiendo tamaño y que el calor iba disminuyendo lentamente. Una vez lanzo una piedra tan grande que golpeo tan fuerte al sol que una bola grande se desprendió y quedo flotando también en el cielo. Era la luna. Así que a medida que oro golpeaba con las piedras de su honda el sol iba reduciendo su tamaño y algunos de sus pedazos caían a la tierra y otros se quedaban flotando en el cielo como estrellas.

    Cuando ya aquel sol quedo reducido a la dimensión actual, oro sintió que la temperatura ya había bajado para permitirle salir, caminar y trabajar sin el agobiante calor que antes experimentaba.

    Bajo pues Oro a su pueblo al lado de el gran rio Atrato y allí estaban todos sus habitantes esperándolo. En sus manos tenían una piedras brillantes de color sol que habían caído y se habían enterrado en la selva y que habían caído en los ríos y eran arrastrados hasta la orilla. Estas piedras eran bellas y lo suficientemente maleables para hacer pequeñas figuras. Todos recibieron a Oro con gran algarabía y le pusieron a Oro una corona hecha de estas piedra y las llamaron las piedras de oro. En honor a su joven héroe que les había librado de la incandescente presencia de un sol tan grande que no les permitía salir de la selva.

    Se dice que por esta razón la selva, los ríos y las montanas del pacifico de Colombia tiene tanto oro disponible y fácil de recuperar.

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  • 646. Juan Pereza (Infantil)
    2025/03/27

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez un joven llamado Juan pereza Juan Pereza era el único hijo de un matrimonio que vivía en el campo. Su madre le encargaba todos los días cuidar las ovejas y le advertía que no se acercara a una laguna cercana, ya que era peligrosa. La laguna era conocida por ser "brava", y la madre temía que algo malo pudiera suceder si Juan o las ovejas se acercaban demasiado. La advertencia de la madre era clara: "No vayas a la laguna y no dejes que las ovejas se acerquen a ella."

    Un día, mientras Juan estaba cerca de la laguna, vio a un martín pescador que se acercó, cazó un pequeño pez y se fue volando. En su vuelo, el pez se le escapó y cayó fuera de la laguna. Juan, curioso, se acercó a ver el pez, que estaba agonizando y llorando. El pez le habló a Juan, rogándole que lo devolviera al agua. Juan, siendo perezoso, no quería hacerlo, pero finalmente, después de mucho rogar, accedió. Rezongando, levantó al pez y lo tiró a la laguna.

    El pez, agradecido, le dijo a Juan que esperara, ya que le iba a regalar una virtud. El pez se sumergió en el fondo de la laguna y al rato regresó con una escama mágica. Le dijo a Juan que esa escama tenía el poder de concederle cualquier deseo. Juan guardó la escama y se fue a buscar las ovejas. Además de cuidar las ovejas, su madre le había ordenado que todos los días debía volver con una carga de leña.

    A la tarde, Juan sacó la escama y pidió: "Por la virtud del pescadito, que me hagáis llegar a casa una tremenda carga de leña y las ovejas." Y así fue. Juan llevó a casa las ovejas y una gran carga de leña rodando, y encima de la carga de leña iba él.

    Después de esto, Juan decidió irse a otro lugar y llegó a un reino donde había un rey. El rey había dispuesto buscarle matrimonio a su hija, quien nunca reía. El rey prometió que quien lograra hacerla reír se casaría con ella. Juan decidió intentar su suerte y se fue a aquel pueblo.

    Juan fue al monte y preparó un carro y una yunta de bueyes que eran sapos. Por disposición del rey, todos los que querían hacer reír a la princesa debían pasar frente a ella. Primero pasaron los príncipes, saludándola y haciéndole chistes, pero ninguno logró hacerla reír. Luego pasaron los doctores y abogados, pero tampoco consiguieron hacerla reír. Después pasó la clase baja, pero tampoco tuvieron éxito.

    Finalmente, llegó el turno de Juan Pereza. Con su carro cargado de leña y los sapos tirando de él, pasó frente a la princesa. Al ver esta escena tan rara, la princesa se rió por primera vez. El rey, sorprendido, ordenó que detuvieran a Juan Pereza y decretó que él debía casarse con la princesa. Sin embargo, para no matarlos a ambos, el rey los desterró a una montaña lejana, llena de árboles.

    En la montaña, la princesa lloraba amargamente, pero Juan la consoló. Le preguntó si tenía hambre y ella respondió que sí. Juan le dijo que cerrara los ojos y, usando la escama mágica, pidió: "Escamita, por la virtud del pescadito, que se me representen los manjares más lindos del mundo." Al abrir los ojos, la princesa vio los mejores manjares y se sirvió. Estaban mejor que en el palacio del rey.

    Pasaron el día y llegó la noche. La princesa preguntó qué harían ahora. Juan le dijo que no se preocupara, que tendrían una casa. Le pidió que cerrara los ojos nuevamente y pidió: "Escamita, por la virtud del pescadito, que se me represente un palacio de puro vidrio, en el medio del mar, mejor que el palacio del rey, con todos sus vasallos completos y la guardia nacional a la puerta del palacio de cristal." Al abrir los ojos, la princesa vio el palacio de cristal en medio del mar, mucho más lindo que el del rey.

    Al día siguiente, el rey, desde su observatori

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  • 645. Marathon
    2025/03/25

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez en la antigua Grecia por el año 492 antes de cristo un ejército persa que era en su momento el más poderoso del Asia y Europa. Este ejercito estaba comandado por Darío I rey de Persia. En años anteriores Darío había intentado atacar a las ciudades Jonias y estas habían recibido apoyo de Atenas y Eretría lo que llevo a Darío a dirigir su mirada hacia estas dos ciudades, especialmente Atenas que tenía un lugar privilegiado en el poderío griego. Tal era la atención que tenía Darío por castigar a loa atenienses que había ordenado a todos sus ayudantes de sus cuarteles que le dijeran con cada comida.

    "¡Gran rey, no te olvides de los atenienses!"

    Cuando finalmente Daria decidio comenzar la que se llamaría la primera guerra médica (por lo de Medas no por lo de doctores médicos) su intención era llegar a Atenas. Intento un desembarco marítimo para cercar a Atenas Sin embargo la flota fue destruida por una tormenta y no pudieron continuar con su cometido. Al año siguiente Darío I mandó embajadores a toda Grecia exigiendo su sumisión. Fueron muchas las que aceptaron, pero Atenas y Esparta se negaron matando al embajador. Este sería el desencadenante de una nueva campaña militar llevada a cabo por Darío.

    Así que saliendo de lo que hoy es Turquía atravesó por el estrecho de los Dardanelos que lleva al mar de Mármara y alli entro en los terrenos de tracia. Siguiendo su campaña llego a el norte de lo que hoy es Grecia en el año 492 ac el general Mardonio se apoderó de lo que en su época se llamaba tracia y luego Macedonia lo que hoy llamamos macedonia del norte.

    Su campaña triunfante lo situaba así en la frontera de Tesalia

    Finalmente En el año 490 a. C., el ejército persa partió hacia la costa griega bajo el mando de Artafernes y Datis. Desembarcaron en la bahía de Maratón, adecuada, debido a su gran extensión, para el despliegue de todas las tropas persas. Éstas superaban en número a las atenienses, por lo que Milcíades, general ateniense, envió a Filípides a pedir ayuda a Esparta, quien pospuso el envío de tropas hasta la finalización de sus juegos.

    La Batalla de Maratón era pues decisiva para la supervivencia de Atenas y temerosos de su resultado los atenienses estaba dispuestos a inmolarse en caso de perderla ya que sabían que si los persas entraban en su ciudad la quemarían y los harían esclavos

    Milcíades el general Ateniense decidió atacar rápidamente. Colocó a sus tropas en una formación que parecía débil en el centro pero fuerte en los flancos. Cuando los persas atacaron, el centro griego retrocedió, atrayendo a los persas hacia el interior. Luego, los flancos griegos rodearon a los persas, atrapándolos y causando una gran derrota.

    La batalla fue feroz. Los griegos, aunque en menor número, lucharon con valentía y determinación. La estrategia de Milcíades funcionó perfectamente, y los persas fueron rodeados y derrotados.

    Los ancianos, mujeres y niños atenienses se encontraban en la acrópolis de Atenas esperando noticias de la batalla, así que Milcíades envió a Filípides a proclamar la noticia. Éste recorrió corriendo los aproximadamente 40 kilómetros que separaban Maratón de Atenas ya que sabía que si no llegaba a tiempo para evitar la inmolación publica de viejos, mujeres y niños la victoria seria pírrica y al llegar exclamó:

    Cuando llego a las puertas de Atenas alcanzo a decir

    "¡Alegraos atenienses, hemos vencido!"

    Los Atenienses se habían librado del terrible destino que les esperaba pero la fortuna no estaría con aquel mensajero ya que nada más a

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  • 644. El Tesoro encantado (Escocia)
    2025/03/22

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez Un pobre campesino que soñó tres noches seguidas que al pie de una mata situada a corta distancia de su casa, estaba enterrado un saco lleno de oro.

    ‑Es muy posible ‑pensó que mi sueño no sea verdadero, pero no me costará nada ir a cavar un poco por allí. Y si encuentro un tesoro, bien recompensado quedará mi tra­bajo.

    A nadie comunicó sus intenciones, de igual modo como tampoco había referido su sueño. Al obscurecer del día siguiente, tomó una azada y se dirigió a la mata que viera en sueños. En cuanto hubo dado algunos azadonazos, tropezó con algo duro y ello le dió la esperanza de que había hecho un importante hallazgo.

    En efecto, al poco rato puso al descubierto un saco lleno de lingotes de oro y de magníficas piedras preciosas. Contento a más no poder, se cargó el tesoro al hombro, aunque a causa del peso apenas podía andar y, mientras tanto, pensé en lo que haría con aquella riqueza.

    Al llegar a la casa, se dirigió al establo y dejó el saco frente a las tres vacas que tenía, pues deseaba evitar la posibilidad de que algún vecino se enterase de lo ocurrido.

    Anduvo acertado al tomar esta precaución, porque, al entrar en su casa, vió a dos desconocidos sentados ante el fuego y que, al parecer, no tenían ninguna prisa por marcharse. Aquellos viajeros hablaban muy bien inglés, pero, en cambio, desconocían el dialecto que usaban el campesino y su mujer. Por eso el primero pudo dirigirse a la segunda y en voz baja y seguro de no ser comprendido más que por ella, le dijo:

    ‑En el establo tengo un magnífico tesoro. Es un saco lleno de lingotes de oro y de piedras preciosas.

    ‑¡Oh, tráelo aquí! ‑contestó ella. ¡No sabes cuánto me gustaría ver eso!

    ‑No quiero que nadie se entere de mi hallazgo -replicó él. Espera a que se hayan marchado estos dos hombres. Entonces traeré el saco aquí.

    En cuanto se hubieron marchado los dos viajeros, marido y mujer fueron a contemplar el saco y ambos se quedaron pasmados y sin saber lo que les pasaba.

    ‑¿Has escupido sobre el tesoro? ‑preguntó la mujer.

    ‑No ‑contestó él.

    Entonces ella le demostró que había cometido una grave equivocación.

    ‑¿Cómo es posible? ‑preguntó sorprendido el marido.

    ‑Mi padre ‑le dijo la mujer ‑era muy entendido en esas cosas y con frecuencia le oí decir que esos tesoros suelen estar encantados y que si no se tornan las precauciones debidas pueden desaparecer por completo. En cambio, cuando el que hace el hallazgo tiene la precaución de escupir sobre el tesoro, no hay duda de que ya no sufre ninguna transformación.

    ‑Sería una verdadera lástima ‑replicó él que, después de haberlo traído aquí y de que tengo la espalda molida por el peso, desapareciese sin quedar nada. Por ahora no hay, afortunadamente, la menor señal de que el tesoro haya de desaparecer, sino que, por el contrario, pesa lo mismo que antes y estoy seguro de que hay aquí más de doscientas libras de oro y joyas.

    Luego ambos se dirigieron al establo y pudieron observar que las tres vacas tiraban de sus ronzales como si quisieran huir.

    ‑No hay duda de que tienen miedo del contenido del saco ‑observó la mujer. El ganado tiene más sentido común de lo que parece y muchas veces ve cosas que los hombres no son capaces de descubrir.

    ‑Mira, no digas más tonterías acerca de las vacas -observó el marido. Fíjate en ese hermoso saco que está lleno a más no poder.

    Pero cuando estuvieron a menor distancia de aquel saco, la mujer profirió un grito de miedo.

    -¿Qué demonios has traído aquí? ‑preguntó al marido­. Estoy segura de que dentro del saco hay algo vivo. Ten la seguridad de que ahí no hay ningún tesoro.

    ‑¡Cál

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