• 706. Freida
    2025/10/29

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez una mujer llamada Freida que tenía unos ojos que no eran de este mundo. Sus ojos eran verdes pero no ese verde común que puede tener una bella mujer. No. Eran como los de los gatos: intensos, profundos, con ese brillo misterioso que parecía encenderse cuando caía la noche y que es tan característico en los felinos. Y no era metáfora. Literalmente, brillaban. Tenían una fluorescencia como si llevaran dentro dos luciérnagas inquietas.

    Su pareja, un hombre tranquilo y algo distraído, se había acostumbrado a esa rareza con una naturalidad sorprendente. Incluso Le parecían útiles En vez de encender la luz para ver la hora, miraba los ojos de Freida. Y si el insomnio lo atacaba, solo decía:

    —Freida, mi amor, ¿me enfocás los ojitos al libro?

    Ella, sin decir palabra, giraba la cabeza y lo iluminaba como si fuera una lámpara de lectura. Era una escena tan cotidiana como mágica.

    Pero Freida no solo tenía ojos de gato. Tenía alma de gato. Le encantaba echarse el borde mismo de la chimenea, donde el calor le envolvía el cuerpo como una manta invisible. Se quedaba ahí horas, inmóvil, con la mirada fija en algún punto que nadie más podía ver. El pescado la volvía loca. Lo olía desde la cocina, desde la calle, desde el mercado. Y cuando se molestaba, ¡ay!, soltaba unos arañazos que dejaban marcas por días.

    Aun así, él la adoraba. Porque Freida tenía algo que lo hipnotizaba. Era como vivir con un misterio envuelto en piel suave.

    Pero había algo que no podía perdonarle.

    Cada enero, cuando el frío se colaba por las rendijas y la luna se alzaba redonda y blanca, Freida se levantaba en plena madrugada. Sin hacer ruido, se escabullía por la ventana y trepaba al tejado. Allí, bajo la luz lunar, caminaba descalza, con los ojos brillando como dos faros verdes. Paseaba como si estuviera en su reino, como si la ciudad dormida fuera su territorio.

    Él la observaba desde abajo, temblando de frío y de inquietud. Nunca entendía qué buscaba allá arriba. ¿Era nostalgia? ¿Instinto? ¿Locura?

    Una noche, decidió seguirla. Se puso un abrigo, subió con cuidado por la escalera del patio y llegó al tejado. Freida estaba allí, de espaldas, mirando la luna. Sus ojos brillaban más que nunca.

    —Freida… —susurró él.

    Ella se giró lentamente. Y entonces lo vio.

    No eran solo sus ojos. Su rostro había cambiado. Tenía rasgos más afilados, la piel más pálida, y una expresión que no era humana. En ese momento, él entendió que Freida no era una mujer con alma de gato.

    Era un gato que había aprendido a ser mujer.

    Y justo cuando iba a decir algo, Freida dio un salto elegante, silencioso, y desapareció entre los tejados. Nunca volvió.

    Solo quedó el recuerdo de sus ojos verdes, que a veces, en noches de luna llena, se ven brillar entre las sombras del tejado.y algunas veces siente una presencia silenciosa y delicada caminando por el tejado de su casa

    Pero un día decidido subio al tejado y mientras contemplaba desde allí las luces de la ciudad sintió algo rozarle la pierna. Era un gato. Pequeño, de pelaje gris plateado, con unos ojos verdes que brillaban como los de Freida.

    El gato lo miró, se acercó, y se acurrucó en su regazo.

    Él lo acarició con ternura, y en ese instante, lo supo.

    Freida no se había ido. Solo había vuelto a su forma original. Y aunque ya no podía hablarle, ni iluminarle los libros, ni dormir a su lado como antes… estaba allí. Con él. En silencio. En forma de amor que no necesita palabras.

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  • 705. La mosca
    2025/10/27

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez un hombre que con aspecto cansado y mirada distraída se sentaba en el patio trasero de su casa. El hombre de edad adulta ya se movia lento y algunas veces sentía que algunas de sus fuerzas ya no eran lo que había sido anteriormente. Aquella tarde soleada la veía como apropiada para leer un libro. Abriendo el libro se dispuso a comenzar su lectura pero una mosca comenzó a molestarlo. La mosca le zumbaba cerca de su oído causándole mucha molestia. Con su mano trato de ahuyentarla pero la mosca simplemente se poso en su brazo, el hombre trato de atraparla con su otro brazo pero la mosca volaba y le seguía dando vueltas a su cabeza. Por mucho que el hombre trataba de salir de ella, la mosca siempre retornaba a su alrededor.

    Siempre volvía.

    Al principio la trato como a cualquier insecto molesto, pero a medida que la observaba algo en su vuelo le parecio distinto. Su movimiento no era erratico o torpe. El vuelo era muy coordinado y deliberado. Se podría decir que era preciso como si la mosca lo estuviera examinando y estudiando.

    Extranado trato de espantarla con más fuerza utilizando para ello el libro que sostenia en su mano. Pero la mosca era muy ágil y nunca se dejo atrapar. Frustrado el hombre se paro de su silla y trato de capturarla saltando hacia donde la mosca estaba volando pero ella simplemente volo más alto y desde allí se dirigió al borde del patio. El hombre vio como la mosca finalmente se posaba sobre algo que el inicialmente no distinguia. Curioso se acercó hasta ese lugar y allí lo reconoció La mosca estaba sobre el cuerpo sin vida de un pequeño ratón. Allí había otras moscas pero esta en particular lo observaba fijamente a el.

    La mosca lo estaba mirando. Con sus ojos de multiples facetas. El hombre sintió que la mosca comenzaba a comunicarse con el y sintió una voz en su mente. Era la voz de la mosca que le decía.

    Aquí estaré. Aquí esperare no te preocupes.

    El hombre tenso su cuerpo y dijo dirigiéndose a la mosca.

    Esperaras a que..

    Ya sabes sucederá pronto no tengo ningun afan. Sintió la mosca diciendole.

    El hombre perturbado no quiso insistir, porque en el fondo había entendido. Lo supo con una certeza que le helaba la sangre.

    Ella simplemente esperaba que sucediera y ellas siempre saben cuando va a suceder.

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  • 704. Lilo (Infantil)
    2025/10/25

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez enn los salones celestiales, donde los pensamientos se convierten en melodía, la luz no proyecta sombra y el tiempo se pliega como pétalos dejando que las emociones floten libres, un ángel sin nombre que fue convocado por el Consejo de la Alegría.

    Allí frente al consejo oyo como el anciano del viento le decía. Los humanos han olvidado como recibir alegría sin condiciones La tierra, necesita un nuevo tipo de consuelo: no uno que hablara, ni que predicara, sino uno que simplemente estuviera, irradiando dicha sin palabras.

    —Escoge tu forma —le dijeron—. Debes vivir entre los humanos, ser parte de sus días, de sus hogares, de sus silencios. El ángel escuchó. Su misión no era salvar, ni corregir, ni iluminar. Era estar. Ser presencia. Ser pausa. Ser caricia.

    El ángel descendió por la espiral de los vientos y observó. Vio niños llorando en rincones, ancianos solos en parques, parejas que discutían por cosas pequeñas. Vio también risas, abrazos, juegos... pero notó que la felicidad era frágil, como una pompa de jabón.

    Entonces, en una plaza en una tarde de otoni, vio a una anciana sentada en un banco. A su lado, un pequeño perro de pelaje blanco y dorado, ojos redondos como botones y hocico chato, la miraba con devoción. No pedía nada. Solo estaba allí. La mujer le hablaba como si fuera su nieto, su confesor, su memoria. y el perro, sin decir palabra, parecía entenderlo todo.

    El ángel supo.

    —Quiero ser eso —dijo—. Quiero ser un Shih Tzu.

    Y así fue.

    Nació en una camada de cinco, en una casa modesta. Lo llamaron Lilo sin saber que su nombre era más antiguo que las estrellas. Tenía el andar saltarín, la lengua siempre afuera, y una mirada que parecía decir: “Estoy aquí para ti”.

    Donde iba, dejaba una estela de calma. Los niños dejaban de llorar al acariciarlo. Los adultos, al mirarlo dormir hecho ovillo, recordaban que la ternura también es una forma de resistencia. Los ancianos lo sentían como un guardián silencioso, un compañero que no juzga ni exige.

    Lilo no ladraba mucho, pero cuando lo hacía, era como si dijera: “Estoy contigo. Todo está bien”.

    Cada noche, cuando todos dormían, Lilo se sentaba frente a la ventana y miraba las estrellas. En su interior, aún recordaba el Reino de la Luz. A veces, sus ojos brillaban como si recibiera mensajes. A veces, sus patas se movían como si danzara con seres invisibles.

    Dicen que los niños que lo miraban fijamente podían ver cosas que no sabían nombrar: recuerdos de otras vidas, promesas de futuros dulces, abrazos que aún no habían ocurrido.

    Fue tal la experiencia que estaban teniendo en la tierra con aquel Angel llamado Lilo que los sabios del consejo de la felicidad en el cielo decidieron que a partir de aquel momento todos los ángeles que fueran enviados a la tierra tendrían que tener la forma de un cachorro ya que nada en el mundo podía transmitir tal alegría como un perrito. . Y una grupo de ángeles han vivido en muchos hogares, siempre llegando justo cuando alguien más lo necesitaba. Un niño con pesadillas. Una mujer que acababa de perder a su madre. Un hombre que había olvidado cómo reír. A todos les enseñan a jugar de nuevo, a detenerse, a mirar el mundo con ojos de botón.

    Y así cuando Lilo recorre las calles con su familia claramente sabe reconocer a otro ángel y se le acerca a olerlo como un saludo de una logia secreta. Todos vienen del cielo. Y sabe lilo que cuando su cuerpo de Shih Tzu sea como las hojas del otono, cuando sus patitas ya no corran como antes, se recostara bajo un árbol y mirara al cielo agradeciendo los anos de felicidad que habrá regalado. Y desapar

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  • 703. El otro
    2025/10/22

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez un hombre llamado Julian que vivía una vida muy tranquila . A sus 40 años todo le había salido bien, pero hacia varios días estaba teniendo algunos sueños perturbadores durante la noche. Había estado soñando que estaba en algún otro lado y que nada de lo que hacia se parecía a lo que usualmente hacia. Esto le pareció extraño y gracias a un consejo de un buen amigo decidio visitar a un psiquiatra.

    Con la dirección apuntada en un pequeño papel llego al edificio donde el doctor tenía su consultorio y decidido entro en la oficina del psiquiatra para comentarle un poco de sus extraños sueños. Después de auscultarlo y escucharle la narración el psiquiatra le hizo algunos test y después de algunos momentos le dijo.

    Mi amigo usted sufre de un severo caso de desdoblamiento de la personalidad que se manifiesta durante la noche. Déjeme lo hipnotizo para regresarlo a una de sus personalidades

    Julian oyó estas palabras y no podía creerlo. Soltó una carcajada y dijo. Que disparate esta diciendo yo se quien soy y no acepto su diagnostico.

    Al salir del consultorio empezó a preguntarse a si mismo. Como podía ese medico decir eso. Como podía no ser el mismo. Como podía existir otro yo que viviera su vida sin que el lo supiera. Y como era posible que el no supiera nada. Indignado decidio olvidar aquella consulta tan absurda.

    Pero el destino y el mundo no estaba dispuesto a dejarlo en paz.

    Mientras caminaba por la calle vio como una pareja se le acercaba y lo saludan con mucho entusiasmo.

    Ernesto que bueno que te encontramos. Hace días no nos veíamos. Como has estado. Que ha sido de ti en estos últimos meses.

    Julian extrañado les dijo. Ernesto quien es Ernesto. Yo soy Julian. La pareja solto una risa y dijeron. Que bromista eres Ernesto. Nos tenemos que ir pero te esperamos en nuestra casa para comer algún día.

    Julian los vio partir y siguió caminando pensando que seguramente lo habían confundido con otro. Pero al llegar a la plaza del pueblo vio como un hombre se le acercaba y le decía. Ernesto como te atreves a estar en la calle, deberías estar trabajando, tu jefe se va a enterar y te va a despedir. Julian que no trabajaba no entendio como le decían eso pero de nuevo pensó que simplemente lo habían confundido con un tal Ernesto de nuevo.

    Acelero el paso deseando llegar a su casa, pero al llegar a su puerta y tratar de abrirla se dio cuenta que su llave no funcionaba. Trato varias veces pero nunca funciono. Así que alterado toco el timbre de la puerta.

    La puerta se abrio y una mujer que el claramente reconoció como su madre le dijo.

    Buenas tardes, digame quien es usted y en que le puedo ayudar.

    Julian no podía creer lo que estaba sucediendo. Allí estaba frente a su madre y ella no lo reconocia.

    Desesperado le dijo. Madre soy Julian, Pero la mujer le dijo. Lo siento joven no soy su madre y no se quien es Julian. Le propongo que se aleje antes de que mi hijo Ernesto llegue.

    Allí todo fue oscuro en la mente de Julian. Todos hablaban de un tal Ernesto y nadie lo reconocia como Julian e inmediatamente recordó lo que el psiquiatra le había dicho. Seguramente si tenía un problema de doble personalidad y que ahora estaba convertido en otro que el no reconocia.

    Asustado retrocedio y salió corriendo. Y corrio y Corrio hasta que llego al edificio del siquiatra y empujando la puerta de consultorio lo enfrento.

    Doctor devuélvame mi otra personalidad Yo no soy Ernesto yo soy Julian

    El medico lo miro con mucho desconcierto y le dijo.

    Disculpeme quien es usted, mientras pulsaba discretamente el boton de emergencia que tenía bajo su

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  • 701. El cuervo y la luz (Mito Haida)
    2025/10/15

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez en lo que hoy es la isla del príncipe de gales en la parte norte de canada un mundo donde todo lo existente estaba envuelto en la más completa oscuridad y allí vivía la tribu Haida. En esa época no existía el sol, ni la la luna, ni las estrellas. Por lo tanto todos aquellos habitantes no podían explorar el mundo. Solo existía silencio.y frio.

    En medio de esa oscuridad vivía el un ser de plumaje negro como el vacío, pero con ojos brillantes llenos de inteligencia y curiosidad. Era el Cuervo. El Cuervo no era como los demás animales: podía cambiar de forma, hablar, pensar, y sobre todo, soñar con un mundo diferente.

    Un día, mientras volaba por los cielos oscuros, el Cuervo escuchó rumores provenientes de las aguas del mar. Estos rumores decían que que en una cabaña escondida junto a un río vivía un anciano sabio que guardaba la luz del mundo. Las mareas decían que Esta luz estaba encerrada en una serie de cajas mágicas, cada una más pequeña que la anterior. Dentro de la última caja, estaba el sol, la luna y las estrellas, que eran prisioneros de la codicia del anciano.

    El Cuervo que era un ser mágico y bueno deseaba liberar esa luz, por pura curiosidad y deseo de cambio. Pero sabía que el anciano era desconfiado y no permitía que nadie se acercara. El cuervo finalmente ideó un plan audaz para liberar la luz de las entranas de aquellas cajas que la tenía prisionera.

    Con la capacidad que tenía de cambiar de forma decidio Transformárse en una gota de agua cristalina que dejo que el viento la elevara y la dejara caer sobre una nube, luego espero hasta que la nube llegara sobre la casa del anciano y con precisión se dejo caer dentro de un cuenco de madera que la hija del anciano usaba para beber. Después de un tiempo la joven se acercó a su cuento y bebió sin notar nada extraño, El cuervo una vez en el cuerpo de la joven decidio transformarse dentro del vientre de la joven y luego de algunos meses la joven tuvo una criatura con forma humana. Dentro de aquel bebe estaba el cuervo esperando una oportunidad para cumplir con su cometido.

    El niño creció rápidamente, y aunque parecía humano, tenía una mirada traviesa y una risa que resonaba como el aleteo de un cuervo y algunas veces su voz era estridente como la de aquel animal. Un día, mientras jugaba en la cabaña de su abuelo, el niño cuervo , pidió ver las cajas que su abuelo guardaba con tanto celo. El anciano, encantado por su nieto, inicialmente se sentía receloso de dejar ver el contenido de la caja pero era tal el amor por aquel pequeño que decido acceder a su petición poco a poco.

    Primero le mostró la caja exterior, y el joven solo pudo ver otra caja. Decepcionado pidió que le dejaran ver el contenido de la siguiente caja pero su abuelo se negó y solo le prometio que al día siguiente le dajaria ver esa caja más pequeña. El niño al siguiente día despertó muy temprano y rogándole a su abuelo finalmente logro que le abriera la siguiente caja y allí encontró otra caja. Y la historia se repitió. Por muchos dias el muchacho lograba que su abuelo le abriera una caja más hasta que después de muchos diasl llegó a la última caja. En ese momento, el Cuervo reveló su verdadera forma, rompió la caja, y la luz escapó con fuerza.

    El sol salió disparado hacia el cielo, iluminando por primera vez los bosques, los ríos y las montañas. La luna lo siguió, trayendo consigo el misterio de la noche. Y las estrellas se esparcieron como semillas de fuego por el firmamento, cada una contando una historia ancestral.

    El Cuervo, bañado por la luz, ya no era solo una criatura de sombras. Su plumaje brillab

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  • 700. El arbol de relojes (infantil)
    2025/10/13

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez una niña llamada Margarita. Margarita tenía ocho anos y vivía en una pequeña casa de campo rodeada de colinas verdes y un huerto que su familia cuidaba con esmero. Desde muy pequeña, Margarita había sentido una admiración y fascinación por los relojes. No sabía exactamente por qué, pero el sonido del tic-tac le parecía como el latido de un corazón invisible que movía su alma. Por esta razón le encantaba. Ver en los almacenes de su pueblo los relojes de pulsara, los de pared, los de cucú y todos ellos le parecían mágicos.

    Sus padres que siempre estaban atentos a ella un dial decidieron regalarle un reloj dorado con una correa de cuero muy suave. Ella les había ayudado todo el verano a sembrar el huerto y siempre se había portado muy bien. Por ello pensaron que un reloj sería un gran regalo.

    Margarita un día llego del colegio en el día de su cumpleaños y sus padres la estaban esperando con un pequeño paquete dorado con un gran mono de color rojo. Ella excitada la abrió y sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. Era un reloj de pulsera con una esfera dorada, números delicados grabados en su cara y una bella correa color marrón. Su cara reflejaba la alegría que sentía.

    Tomo el reloj entre sus manos y lo abrazo como si fuera una joya mágica. Lo llevaba puesto todos los días y todas las noches lo limpiaba. Con un pañito suave y antes de dormir lo guardaba en una cajita acolchada que siempre tenía en la mesita junto a su cama. Era su compañero que protegía el tiempo ya que sus padres le habían dicho. Debes cuidar este reloj ya que el es el que cuida el tiempo que es un bien muy precioso.

    Pero un día aquel reloj dejo de funcionar. Y Margarita sintió que era su culpa. Realmente no había hecho nada malo pero aquella joya ya no daba vueltas y no marcaba las horas del día y la noche. Avergonzada de pensar que algo había hecho mal le había ocultado a sus padres que su reloj ya no funcionaba.

    Pero aquella misma noche pensó.

    Si las semillas que ella plantaba en el huerto crecían formando una mata de donde salían los tomates y lo mismo sucedía con otros vegetales, es posible que si ella enteraba el reloj de allí crecería un árbol que produciría relojes. Su lógica de niña era impecable. Sembraría el reloj en el huerto y esperaría hasta que un bello árbol de relojes le trajera nuevos relojes.

    Y así lo hizo. Al día siguiente, cuando sus padres estaban ocupados en la cocina, Margarita fue al huerto con su reloj. Buscó un rincón entre las matas de albahaca y los girasoles, cavó un pequeño hoyo con sus manos y colocó el reloj dentro, como si fuera una semilla mágica. Lo cubrió con tierra, lo regó con cuidado y le susurró:

    —Crece, por favor. Quiero que haya muchos relojes, para que el tiempo nunca se me escape.

    Pasaron los días, y margarita seguía regando el lugar en secreto. Pero sus padres notaron que ya no llevaba el reloj.

    —¿Dónde está tu reloj, Margarita? —preguntó su madre.

    Margarita bajó la mirada, nerviosa pero decidida a contar la verdad.

    —Lo planté en el huerto. Pensé que podría crecer un árbol de relojes.

    Sus padres se miraron sorprendidos. Su padre se agachó junto a ella y le dijo con dulzura:

    —Margarita , los relojes no crecen en árboles. Son hechos por personas, no por la tierra. Al enterrarlo, probablemente se ha estropeado.

    Margarita sintió una punzada de tristeza. Había perdido su reloj. Pero en el fondo, algo le decía que no todo estaba perdido.

    Pasaron los días, las Semanas y los meses. El huerto floreció como siempre. Las tomateras estaban llenas, las zanahorias saltaban crujientes de su lecho de tierra , y los girasoles se mecí

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  • 699. Ijapa la tortuga sabia (Infantil Africa
    2025/10/04

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez En un rincón brillante y lleno de vida de África, una tortuga llamada Ijapa. Ijapa no era una tortuga cualquiera. Ella quería ser la más sabía de todo el universo, quería llegar a saber más cosas que cualquier otro animal. Pero tenía un pequeño problema: no quería que nadie más fuera tan sabio como él y además generalmente no escuchaba consejos de otros seres.

    Un día, decidió que la mejor manera de demostrar su sabiduría era reunir todo el conocimiento del mundo para sí mismo. Así que, con mucha determinación y su paso lento pero constante, comenzó a viajar por toda la Tierra. Ijapa visitó las montañas más altas, cruzó ríos caudalosos, habló con los ancianos árboles, y analizo a las estrellas en el cielo nocturno. Poco a poco fue recogiendo pedacitos de sabiduría, secretos, consejos y cuentos, y los guardaba en una enorme calabaza mágica que colgó alrededor de su cuello. Tenía una gran ventaja Ijapa podía vivir cientos de años así que no tenía ninguna prisa.

    Pasados muchos pero muchos años Cuando finalmente sintió que había recogido todo el conocimiento posible, pensó que tenía que proteger esa calabaza para que nadie más pudiera robar su sabiduría. Después de recorrer muchos sitios pensando si podría depositar allí su calabaza finalmente encontró una palmera muy alta tan alta que parecía realmente tocar el cielo. Y pensó … Mmmm a esta palmera ningun animal podrá subir, así que nunca nadie conocerá todo lo que tengo en esta calabaza. Este es el lugar perfecto para esconder mi calabaza llena de sabiduría.

    Pero subir a la palmera no era tan fácil como parecía. La calabaza la empujaba pesadamente delante de ella, con su cabeza trababa de empujar rodando la calabaza pero esto era casi que imposible. Luego trato de hacerlo con sus patitas delanteras pero igualmente no le fue posible. Por mucho que intentaba no lo lograba.. Ijapa intentó una y otra vez trepar, ayudándose de una cuerda al árbol para no caer, pero cada vez que subía un poquito, la calabaza la hacía resbalar y caía hacia abajo.

    Mientras luchaba contra la gravedad, un pequeño caracol que caminaba despacio por el suelo se detuvo a mirar la escena. Observó con atención a la tortuga que resbalaba y se decía a sí mismo:

    —¡Pobrecito, está haciendo todo más difícil con esa calabaza delante!

    Entonces, con voz suave pero sabia, el caracol se acercó y le dijo:

    —Ijapa, quieres que te de una idea.

    Ijapa bruscamente le dijo. No yo tengo toda la sabiduría del mundo conmigo y no necesito ningun consejo. Además tu no eres más que un humilde caracol que no sabe mucho y es más lento que yo.

    Sin embargo el caracol que era también inteligente le dijo. Si no me quieres escuchar mi idea esta bien…. Y siguio su camino

    Ijapa siguió luchando por un buen rato tratando de subir la calabaza pero no era capaz.

    Antes de que se hiciera de noche el caracol paso de nuevo por el lugar donde se encontraba Ijapa y la vio todavía tratando de trepar la palmera pero igualmente volvía a caer. Así que le dijo.

    Ijapa escúchame una sola vez.

    ¿por qué no intentas colgar la calabaza detrás de ti en lugar de delante? Así no te estorbará para subir.

    Ijapa, un poco cansado, pensó que no tenía nada que perder, y decidió probar el consejo del caracol. Aunque en su interior se sentía humillada de hacer lo que un simple caracol le decía.

    Pero utilizando la cuerda coloco la calabaza colgando de su caparazón y finalmente esa solución funciono. ¡Y vaya que funcionó! Al cambiar la calabaza a su espalda, la tortuga pudo trepar fácilmente y llegó a la cima de la palmera.

    Desde esa altura, mirando todo el mundo a su alrededor, Ijapa enten

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  • 698. La oscuridad y la luz
    2025/10/01

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Había una vez, en un rincón olvidado un universo en el que todos los elementos tenían uso de la razón y donde cada uno de los conceptos posibles caminaban como seres vivos. Uno de estos seres era la oscuridad que pese a haber reinado en silencio por eones sentía que su poder sobre el universo se iba desvaneciendo. La oscuridad había envuelto al universo con un manto que pese a ser absoluto podía ser eliminado si algo la confrontaba. Y Eso sucedió en algún momento que nadie esperaba.

    En las fronteras de aquel universo oscuro apareció unn pequeño fulgor que nadie sabía de donde venia pero era claro que se iba expandiendo con cada segundo que pasaba. Su paso era arrogante y conquistador y con ella nuevos seres iban apareciendo. Rapidamente la luz llego hasta los más remotos confines de aquel universo formando astros que la transmitían a todos los otros mudos que no la tenían anteriormente. Era pues un momento apoteósico para el universo ya que cada planeta teria ya la visita de la luz cada día en forma de amaneceres y así los habitantes de aquellos mundos podían tambier crearla con chispas de fuego.

    La Oscuridad, herida en su orgullo, decidió que ya era suficiente, no podría seguier soportando que aquellos mundos que antes eran suyos se pasaran de bando y se fueran aunque fuera temporalmente con la luz. Se decidio hacer lo que cualquier desesperado hace. .

    —¡Le pondré un pleito! —exclamó con voz grave, que resonó como eco en una caverna vacía. Y todos los seres viviente comenzaron a analizar las implicaciones que esto tendría s su vida y deseosos esperaron el resultado de aquel juicio.

    Así fue como se fijó una fecha para el juicio cósmico. El Gran Tribunal de los Elementos se preparó para recibir a los dos rivales. La sala era majestuosa, construida en mármol de tiempo y columnas de equilibrio. En el centro, el Juez, una figura de rostro cambiante, esperaba con su mazo de sabiduría y verdad.

    La Luz llegó temprano, como siempre como llegaba cada mañana cuando la oscuridad le daba el tiempo para que se dedicara a iluminar cada mundo. Su presencia iluminó cada rincón de la sala, haciendo brillar los bellos vitrales de aquel palacio de justicia y reflejándose en los rostros de los asistentes. Vestía un traje de rayos dorados y caminaba con paso firme, dejando tras de sí un rastro de claridad.

    Los abogados de ambas partes tomaron sus lugares. El de la Luz era un sabio anciano con ojos como estrellas; el de la Oscuridad, una figura encapuchada que parecía absorber el color del aire ya que estaba todo vestido de negro de pies a cabeza y tenía un tocado tan poderoso que todos sentían la necesidad de arrodillarse frente a el. El juez celestial revisó los documentos, ajustó su toga de neutralidad y esperó.

    Pasaron los minutos. Luego las horas. La Oscuridad no llegaba.

    Los murmullos crecían entre los asistentes: ¿Dónde estaba? ¿Se habría arrepentido? ¿Temía perder?

    Finalmente, el juez, con voz solemne, se levantó:

    —La parte demandante no se ha presentado. Por lo tanto, fallo a favor de la Luz.

    Hubo aplausos, destellos, y una sensación de alivio. Pero también una pregunta flotaba en el aire como humo: ¿Por qué no vino la Oscuridad?

    Un mensajero fue enviado a buscarla. La encontró justo fuera de la sala, sentada plácidamente en en el umbral. No era miedo lo que la detenía, sino certeza. Sabía que si cruzaba esa puerta, si se atrevía a entrar en el dominio de la Luz, sería disipada al instante. No por violencia, sino por naturaleza misma de la luz creada por el Dios supremo. Había comprendido que ella no pertenecia a aquellos lugares donde la gente se reunia o simplemente deambulaba

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