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Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda

著者: Juan David Betancur Fernandez
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このコンテンツについて

Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.© 2025 Había una vez...Un cuento, un mito y una leyenda 世界 文学・フィクション 社会科学
エピソード
  • 706. Freida
    2025/10/29

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com


    Había una vez una mujer llamada Freida que tenía unos ojos que no eran de este mundo. Sus ojos eran verdes pero no ese verde común que puede tener una bella mujer. No. Eran como los de los gatos: intensos, profundos, con ese brillo misterioso que parecía encenderse cuando caía la noche y que es tan característico en los felinos. Y no era metáfora. Literalmente, brillaban. Tenían una fluorescencia como si llevaran dentro dos luciérnagas inquietas.

    Su pareja, un hombre tranquilo y algo distraído, se había acostumbrado a esa rareza con una naturalidad sorprendente. Incluso Le parecían útiles En vez de encender la luz para ver la hora, miraba los ojos de Freida. Y si el insomnio lo atacaba, solo decía:

    —Freida, mi amor, ¿me enfocás los ojitos al libro?

    Ella, sin decir palabra, giraba la cabeza y lo iluminaba como si fuera una lámpara de lectura. Era una escena tan cotidiana como mágica.

    Pero Freida no solo tenía ojos de gato. Tenía alma de gato. Le encantaba echarse el borde mismo de la chimenea, donde el calor le envolvía el cuerpo como una manta invisible. Se quedaba ahí horas, inmóvil, con la mirada fija en algún punto que nadie más podía ver. El pescado la volvía loca. Lo olía desde la cocina, desde la calle, desde el mercado. Y cuando se molestaba, ¡ay!, soltaba unos arañazos que dejaban marcas por días.

    Aun así, él la adoraba. Porque Freida tenía algo que lo hipnotizaba. Era como vivir con un misterio envuelto en piel suave.

    Pero había algo que no podía perdonarle.

    Cada enero, cuando el frío se colaba por las rendijas y la luna se alzaba redonda y blanca, Freida se levantaba en plena madrugada. Sin hacer ruido, se escabullía por la ventana y trepaba al tejado. Allí, bajo la luz lunar, caminaba descalza, con los ojos brillando como dos faros verdes. Paseaba como si estuviera en su reino, como si la ciudad dormida fuera su territorio.

    Él la observaba desde abajo, temblando de frío y de inquietud. Nunca entendía qué buscaba allá arriba. ¿Era nostalgia? ¿Instinto? ¿Locura?

    Una noche, decidió seguirla. Se puso un abrigo, subió con cuidado por la escalera del patio y llegó al tejado. Freida estaba allí, de espaldas, mirando la luna. Sus ojos brillaban más que nunca.

    —Freida… —susurró él.

    Ella se giró lentamente. Y entonces lo vio.

    No eran solo sus ojos. Su rostro había cambiado. Tenía rasgos más afilados, la piel más pálida, y una expresión que no era humana. En ese momento, él entendió que Freida no era una mujer con alma de gato.

    Era un gato que había aprendido a ser mujer.

    Y justo cuando iba a decir algo, Freida dio un salto elegante, silencioso, y desapareció entre los tejados. Nunca volvió.

    Solo quedó el recuerdo de sus ojos verdes, que a veces, en noches de luna llena, se ven brillar entre las sombras del tejado.y algunas veces siente una presencia silenciosa y delicada caminando por el tejado de su casa

    Pero un día decidido subio al tejado y mientras contemplaba desde allí las luces de la ciudad sintió algo rozarle la pierna. Era un gato. Pequeño, de pelaje gris plateado, con unos ojos verdes que brillaban como los de Freida.

    El gato lo miró, se acercó, y se acurrucó en su regazo.

    Él lo acarició con ternura, y en ese instante, lo supo.

    Freida no se había ido. Solo había vuelto a su forma original. Y aunque ya no podía hablarle, ni iluminarle los libros, ni dormir a su lado como antes… estaba allí. Con él. En silencio. En forma de amor que no necesita palabras.

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  • 705. La mosca
    2025/10/27

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    Juan David Betancur Fernandez
    elnarradororal@gmail.com

    Habia una vez un hombre que con aspecto cansado y mirada distraída se sentaba en el patio trasero de su casa. El hombre de edad adulta ya se movia lento y algunas veces sentía que algunas de sus fuerzas ya no eran lo que había sido anteriormente. Aquella tarde soleada la veía como apropiada para leer un libro. Abriendo el libro se dispuso a comenzar su lectura pero una mosca comenzó a molestarlo. La mosca le zumbaba cerca de su oído causándole mucha molestia. Con su mano trato de ahuyentarla pero la mosca simplemente se poso en su brazo, el hombre trato de atraparla con su otro brazo pero la mosca volaba y le seguía dando vueltas a su cabeza. Por mucho que el hombre trataba de salir de ella, la mosca siempre retornaba a su alrededor.

    Siempre volvía.

    Al principio la trato como a cualquier insecto molesto, pero a medida que la observaba algo en su vuelo le parecio distinto. Su movimiento no era erratico o torpe. El vuelo era muy coordinado y deliberado. Se podría decir que era preciso como si la mosca lo estuviera examinando y estudiando.

    Extranado trato de espantarla con más fuerza utilizando para ello el libro que sostenia en su mano. Pero la mosca era muy ágil y nunca se dejo atrapar. Frustrado el hombre se paro de su silla y trato de capturarla saltando hacia donde la mosca estaba volando pero ella simplemente volo más alto y desde allí se dirigió al borde del patio. El hombre vio como la mosca finalmente se posaba sobre algo que el inicialmente no distinguia. Curioso se acercó hasta ese lugar y allí lo reconoció La mosca estaba sobre el cuerpo sin vida de un pequeño ratón. Allí había otras moscas pero esta en particular lo observaba fijamente a el.

    La mosca lo estaba mirando. Con sus ojos de multiples facetas. El hombre sintió que la mosca comenzaba a comunicarse con el y sintió una voz en su mente. Era la voz de la mosca que le decía.

    Aquí estaré. Aquí esperare no te preocupes.

    El hombre tenso su cuerpo y dijo dirigiéndose a la mosca.

    Esperaras a que..

    Ya sabes sucederá pronto no tengo ningun afan. Sintió la mosca diciendole.

    El hombre perturbado no quiso insistir, porque en el fondo había entendido. Lo supo con una certeza que le helaba la sangre.

    Ella simplemente esperaba que sucediera y ellas siempre saben cuando va a suceder.

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  • 704. Lilo (Infantil)
    2025/10/25

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    Juan David Betancur Fernandez
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    Habia una vez enn los salones celestiales, donde los pensamientos se convierten en melodía, la luz no proyecta sombra y el tiempo se pliega como pétalos dejando que las emociones floten libres, un ángel sin nombre que fue convocado por el Consejo de la Alegría.

    Allí frente al consejo oyo como el anciano del viento le decía. Los humanos han olvidado como recibir alegría sin condiciones La tierra, necesita un nuevo tipo de consuelo: no uno que hablara, ni que predicara, sino uno que simplemente estuviera, irradiando dicha sin palabras.

    —Escoge tu forma —le dijeron—. Debes vivir entre los humanos, ser parte de sus días, de sus hogares, de sus silencios. El ángel escuchó. Su misión no era salvar, ni corregir, ni iluminar. Era estar. Ser presencia. Ser pausa. Ser caricia.

    El ángel descendió por la espiral de los vientos y observó. Vio niños llorando en rincones, ancianos solos en parques, parejas que discutían por cosas pequeñas. Vio también risas, abrazos, juegos... pero notó que la felicidad era frágil, como una pompa de jabón.

    Entonces, en una plaza en una tarde de otoni, vio a una anciana sentada en un banco. A su lado, un pequeño perro de pelaje blanco y dorado, ojos redondos como botones y hocico chato, la miraba con devoción. No pedía nada. Solo estaba allí. La mujer le hablaba como si fuera su nieto, su confesor, su memoria. y el perro, sin decir palabra, parecía entenderlo todo.

    El ángel supo.

    —Quiero ser eso —dijo—. Quiero ser un Shih Tzu.

    Y así fue.

    Nació en una camada de cinco, en una casa modesta. Lo llamaron Lilo sin saber que su nombre era más antiguo que las estrellas. Tenía el andar saltarín, la lengua siempre afuera, y una mirada que parecía decir: “Estoy aquí para ti”.

    Donde iba, dejaba una estela de calma. Los niños dejaban de llorar al acariciarlo. Los adultos, al mirarlo dormir hecho ovillo, recordaban que la ternura también es una forma de resistencia. Los ancianos lo sentían como un guardián silencioso, un compañero que no juzga ni exige.

    Lilo no ladraba mucho, pero cuando lo hacía, era como si dijera: “Estoy contigo. Todo está bien”.

    Cada noche, cuando todos dormían, Lilo se sentaba frente a la ventana y miraba las estrellas. En su interior, aún recordaba el Reino de la Luz. A veces, sus ojos brillaban como si recibiera mensajes. A veces, sus patas se movían como si danzara con seres invisibles.

    Dicen que los niños que lo miraban fijamente podían ver cosas que no sabían nombrar: recuerdos de otras vidas, promesas de futuros dulces, abrazos que aún no habían ocurrido.

    Fue tal la experiencia que estaban teniendo en la tierra con aquel Angel llamado Lilo que los sabios del consejo de la felicidad en el cielo decidieron que a partir de aquel momento todos los ángeles que fueran enviados a la tierra tendrían que tener la forma de un cachorro ya que nada en el mundo podía transmitir tal alegría como un perrito. . Y una grupo de ángeles han vivido en muchos hogares, siempre llegando justo cuando alguien más lo necesitaba. Un niño con pesadillas. Una mujer que acababa de perder a su madre. Un hombre que había olvidado cómo reír. A todos les enseñan a jugar de nuevo, a detenerse, a mirar el mundo con ojos de botón.

    Y así cuando Lilo recorre las calles con su familia claramente sabe reconocer a otro ángel y se le acerca a olerlo como un saludo de una logia secreta. Todos vienen del cielo. Y sabe lilo que cuando su cuerpo de Shih Tzu sea como las hojas del otono, cuando sus patitas ya no corran como antes, se recostara bajo un árbol y mirara al cielo agradeciendo los anos de felicidad que habrá regalado. Y desapar

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