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723. Los Tres Filtros

723. Los Tres Filtros

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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com

Habia una vez un Viejo maestro que veía como tarde caía sobre Atenas y el sol teñía de naranja las columnas de piedra. Aquel filosofo con la barba blanca estaba plácidamente descansando sobre su túnica y tenía su mirada perdida en la contemplación de un único Olivo que tenía cerca.. Así pues el hombre disfrutaba de un momento de paz en el patio de su casa. El silencio, sin embargo, se rompió abruptamente.

Un joven discípulo entró corriendo, levantando polvo con sus sandalias, con el rostro enrojecido por la agitación y los ojos desorbitados, su cara manifestaba una angustia enorme. Le faltaba el aliento, pero la urgencia de hablar le quemaba la garganta.

—¡Maestro! ¡Maestro! —exclamó el joven, gesticulando con nerviosismo—.He venido corriendo desde la plaza de la ciudad porque ¡Tienes que saber esto! Un amigo tuyo ha estado hablando de ti en el ágora y lo que dijo fue terrible, lleno de malevolencia...

El sabio miro detenidamente a su discípulo y con lentitud levantó una mano, un gesto suave pero firme que detuvo en seco al muchacho. Su rostro no mostraba enojo ni preocupación, solo una calma infinita.

—¡Espera! —dijo el filósofo con voz profunda—. Antes de que viertas esas palabras en mi espíritu, necesito que hagamos algo importante. ¿Hiciste pasar lo que vas a contarme por los tres filtros virtuosos?

El discípulo se detuvo, confundido. La adrenalina del chisme se disipó por un segundo, reemplazada por la extrañeza.

—¿Las tres filtros virtuosos? —preguntó, frunciendo el ceño sin entender en absoluto a que se referia aquel venerable anciano—. No, maestro. No sé de qué me hablas.

—Es un pequeño ejercicio que practico para mantener el alma limpia —explicó el sabio, invitando al joven a sentarse a su lado—. Antes de hablar sobre los demás, es prudente filtrar lo que vamos a decir. El primer filtro es la Verdad. Mírame a los ojos y dime: ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a contarme es cierto? ¿Fuiste testigo de ello? ¿Lo comprobaste por ti mismo? Estabas allí cuando esto sucedió?

El joven bajó la cabeza, avergonzado al darse cuenta de su precipitación.

—No... —murmuró—. En realidad, solo escuché a unos vecinos comentarlo mientras compraba pan. Se rumoreaba que...

—Entiendo —lo interrumpió el maestro sin juzgarlo—. Entonces no sabes si es verdad o si es solo una invención nacida de la envidia o el malentendido. Suponiendo que es verdad, dime ahora si lo que quieres decirme haya pasado por el segundo filtro, que es la Bondad.

El filósofo se inclinó levemente hacia adelante.

—Eso que deseas decirme con tanto ímpetu, ¿es algo bueno para alguien? ¿Resalta alguna virtud de mi amigo o traerá alegría a esta casa?

El discípulo tragó saliva, sintiéndose cada vez más pequeño.

—No, maestro, en realidad no. Al contrario... Lo que dicen es insultante y desagradable.

—¡Ah, vaya! —exclamó el sabio, arqueando una ceja—. Así que quieres contarme algo malo sobre un amigo, y ni siquiera estás seguro de que sea cierto.

El silencio se hizo pesado entre ambos. El joven ya no tenía ganas de hablar, pero el maestro aún no había terminado.

—Sin embargo —continuó el anciano sonriendo levemente—,ahora supongamos que fuera algo honorable y Bondadoso. Que como has dicho no lo el. Todavía podrías pasar la prueba si tu mensaje atraviesa el ultimo filtro : la Necesidad. Piensa bien: ¿Es verdaderamente necesario que yo sepa eso que tanto te inquieta? ¿Me servirá para prevenir un peligro? ¿Cambiará mi vida o la tuya para mejor si escucho esa historia?

El joven reflexionó un instante. La urgencia que sentía al principio se había desvanecido por co

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