
Diosas y rebeldes - Mary Anning, la niña que desenterraba monstruos
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El viento soplaba áspero en la costa del Dorset inglés, arrastrando consigo el salitre y el secreto de otras eras. En la falda de los acantilados jurásicos, mientras las damas de sombrilla paseaban la elegancia por los malecones, una niña de once años, de falda remendada y dedos astillados, arañaba la tierra con la esperanza de encontrar huesos que no eran de este mundo.
En 1823, Mary Anning con apenas 24 años, desenterró el primer plesiosaurio completo, de cuello largo y cuerpo como una serpiente marina con patas. Los científicos de salón la miraban con suspicacia. El influyente Georges Cuvier creyó que se trataba de una falsificación. Pero no. Era real. Y ella lo había hallado sola, con sus manos de muchacha plebeya, sin pizarra, sin aula, sin apellidos. Era la edad de los caballeros ilustrados, de las barbas respetables, de las sociedades científicas vetadas para mujeres. Mary no podía publicar en sus revistas, no podía asistir a sus reuniones, no podía firmar sus descubrimientos. Pero los hombres iban en busca de respuestas a su tienda humilde donde vendía sus hallazgos. Porque en el fondo sabían que la muchacha sabía más que ellos. Le compraban desde caballeros, a geólogos, y también museos que no firmaban su nombre en las vitrinas. Los fósiles eran suyos; el crédito, de otros.
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