Nuestro niño interior es nuestra esencia más pura, más inocente y por lo tanto muy sabia, porque desde la simpleza ese niño interior nos lleva a conectar con nosotros mismos en un nivel de la vida que dejamos olvidado, esa inocencia, esa simpleza muchas veces es necesaria en la vida adulta para frenar, recalibrarse, reconectar y seguir; quizá nos cueste mirarlo, sentirlo, vibrarlo, pero si tan solo le dedicamos un ratito va a aparecer y se va a dejar ver, y al verlo recordemos en todo nuestro ser todo lo que vivió y sintió ese niño, todo lo que fue y es, y cuánto nos acompaña todos los días de nuestra vida más allá de que lo hayamos olvidado.
Y así como la niñez nos aporta inocencia y espontaneidad, esencia pura y libre de condicionamientos, la adultez nos aporta sabiduría, experiencia, capacidad de autoabastecernos de todo lo que necesitemos, decisión directa sobre nuestra vida, responsabilidad y acción.
La adultez nos marca el momento de “hacernos cargo” de nosotros, de lo que fuimos, somos y de lo que queremos SER y HACER.
Cuando desde la adultez nos vemos obstaculizados a vivir nuestra vida, quizá sea porque todavía hay un niño interior con miedos, inseguridades, dolores, carencias que necesita ser visto y sanado, que necesita que ahora desde una visión adulta podamos resignificar muchas perspectivas que tomamos como correctas para poder seguir avanzando pero que hoy en día ya no nos sirven y nos quitan espacio de expansión.
Deseo de todo corazón que puedan conectar con su niñx interior!
Les mando un fuerte abrazo!