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La puerta angosta
Hoy en el evangelio vemos a Jesús que mientras iba caminando hacia Jerusalén, un hombre se le acerca y le hace una pregunta importante: “¿Son pocos los que salvan?” Todavía hoy seguimos debatiendo esa cuestión. Es algo que nos interesa a todos. ¿Cuántos se salvan? ¿Está vacío el infierno? Es parte de nuestra fe: todos necesitamos ser salvados. Sabemos que tenemos las gracias necesarias para ir al cielo. San Pablo dice que Dios desea que todos se salven.
Jesús no respondió a la pregunta directamente. Nos dijo: “Esforzaos para entrar por la puerta angosta.” Nos envió la pelota de vuelta. Es nuestro problema. La puerta angosta es una buena comparación, una imagen bien gráfica. San Mateo nos explica un poco más de cómo es esa puerta: “amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Que angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la vida, y que pocos son los que la encuentran!” En esta vida hay dos caminos para transitar: uno va para abajo, y es ancho y fácil de seguir; el otro va para arriba, y es estrecho y difícil de encontrarlo.
Esto nos dice que el cielo hay que ganarlo por fuerza, levantándose por las mañanas, luchando cada día un poquito, comenzando y recomenzando una y otra vez. ¿Crees que, tomándonos la vida con filosofía, llevando una vida fácil, andando a paso de tortuga, vamos a ganarnos el cielo? Hoy es un buen día para cambiar de marcha, apretar el acelerador, y tomarnos la fe más en serio. Jesús ha muerto por nosotros. ¿Qué hacemos por él? No es fácil saber cuánto esfuerzo debemos poner. O nos obsesionamos o pasamos de todo. Es difícil encontrar el punto medio. Los santos han sabido hacerlo. Todo depende de nuestro amor a Dios. Él no nos va a pedir algo que no podemos hacer. Si somos un poco débiles, debemos esforzarnos más. Si somos más bien estrictos, debemos ser más transigentes.
La puerta angosta se abre a un maravilloso banquete nupcial. A Jesús le encanta hablar del banquete de bodas, pues él es el novio y nosotros somos la novia. Jesús nos dice lo que hay que hacer para poder entrar: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.” Todos estamos invitados. El problema es que no hay muchos que quieren entrar. Esto nos lleva a la cuestión de cuanta gente se condena. El buen Jesús nos habla del infierno: “allí habrá llanto y rechinar de dientes.” Nos advierte del castigo porque no quiere que vayamos ahí. Lo importante es que tengamos los ojos fijados en el cielo. Cuando mantenemos la vista alta, el camino no es tan difícil, y las alegrías de la eternidad nos ayudan a sobrellevar las pequeñas cruces. Los mártires soportaron los suplicios con alegría, porque ya podían ver la meta.
Jesús acaba el evangelio de hoy con una paradoja: “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.” Imagina una carrera en que el último es el que gana; todos correrían hacia atrás. Muchos famosos de hoy en día acabarán en último lugar. No deberíamos tenerlos envidia. Quizá el mendigo de la esquina estará más arriba que nosotros. Tenemos que estar contentos con el camino que Dios ha preparado para nosotros. Es el que mejor se adapta a nuestras circunstancias. Todo lo que tenemos que hacer es seguirlo.
josephpich@gmail.com