
18 Domingo C La parábola del rico insensato
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La parábola del rico insensato
Hoy en el evangelio Jesús nos ofrece la parábola del rico insensato. Es así como lo llama. Nosotros somos la persona de la parábola porque generalmente actuamos como él. Jesús nos llama insensatos porque no aprendemos. Pensamos que haremos algo importante en la vida. Perdemos el tiempo. Venimos sin nada y nos vamos con las manos vacías. No podemos llevarnos nada. Pensamos mucho acerca de las cosas de aquí, y no nos damos cuenta de que estamos destinados para las cosas de allá. Las lecturas de hoy nos recuerdan esa realidad.
La primera lectura comienza con esa expresión: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad.” Dicen que la traducción literal del hebreo se refiere a que todas las cosas son como pompas de jabón. Una pompa es bella, transparente, que asciende sin esfuerzo, pero que si la tocas desaparece sin dejar rastro. Es una buena comparación para lo que nuestra sociedad nos ofrece. Todo lo que vemos en las pantallas son solo chispas eléctricas en la nube, que tienen una vida efímera y pueden desaparecer en cualquier momento.
En la segunda lectura, san Pablo nos dice: “Buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.” Al principio del Prefacio de la Misa, el sacerdote nos recuerda lo mismo, intentado dirigir nuestros ojos hacia el cielo, diciendo: ¡Levantemos el corazón! Y le respondemos con decisión: “Lo tenemos levantado hacia el Señor! En el Aleluya antes del evangelio recitamos una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos.” ¿Cómo pueden ser nuestros corazones benditos, si están apegados a las cosas de la tierra? ¿Dónde tengo apegado mi corazón? Dicen que hay tres clases de monedas: de metal, la criptomoneda y la espiritual. Esta última es la única que permanece en el cielo.
Somos el hombre de la parábola, pensando en nuestro futuro, guardando el dinero en el banco para nuestra jubilación. Hacemos planes sin saber lo que va a ocurrir. Guardamos muchas cosas que no nos van a servir al final de nuestras vidas. Es asombroso la cantidad de cosas que almacenamos en nuestros armarios. Estamos hechos de un barro fácil de romper, o de un cristal quebradizo. Jesús nos dice que deberíamos guardar las cosas en un lugar seguro, en el cielo, donde no hay ladrón que robe ni polilla que destruya. En Sudáfrica se dice que, si algo se puede mover, te lo van a robar.
En la vida de san Ignacio de Loyola tenemos una descripción de su conversión: cuando Ignacio pensaba en las cosas de la tierra, sentía un intenso placer, pero después se sentía seco y deprimido. Al contrario, cuando pensaba en la vida de los santos, experimentaba una inmensa paz y alegría. Al principio no se dio cuenta de ello, hasta que un día comenzó a maravillarse de la diferencia. Entendió el sentido de su experiencia: unos pensamientos lo dejaban triste y otros alegre. Las cosas de aquí no nos llenan. Estamos hechos para mucho más.
josephpich@gmail.com