
690. El viajero
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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez un pueblo en que que se vio un hombre caminando con siete maletas No eran maletas comunes: una parecía hecha de viento, otra de recuerdos, otra de promesas rotas, y las demás… nadie se atrevía a preguntar para no atraer sus pesadillas. Era una mañana de niebla y el hombre simplemente apartaba la niebla con sus paso lento. En aquel pueblo relojes no marcaban la hora y los caminos se curvaban llegando siempre al mismo lugar de donde había iniciado.
Allí en el campo vacío, justo allí donde había una banca de piedra y el camino se ensanchaba, el hombre se sentó mirando hacia el horizonte como si esperara algo. A su alrededor jugaban a esconderse y a buscarse y uno de ellos se acercó a preguntarle que hacia allí. El simplemente Decía que por allí pasaría el tren en algún momento y Que lo llevaría lejos. Que tenía boletos para todos los destinos, incluso para los que no existían en sus mentes. Los niños replicaron que allí no había tren y que no había rieles de tren en aquel pueblo. El simplemente sonrio y les dijo que las vias del tren estaban bajo la hierba y que finalmente en algún momento estas despertarían.
Los vecinos al enterarse de su presencia comenzaron a observarlo, inicialmente con reselo y después con simple curiosidad. lo miraban desde sus ventanas. Las matronas del pueblo que habían visto todo durante su vida, se compadecían de el y Le llevaban pan, café, y alguna manta cuando llovía. Pero nadie quería decirle la verdad: que en ese pueblo nunca hubo una estación, ni vías, ni trenes. Solo aquel pasto alto, grillos y el eco de las almas de aquello que alguna vez soñaron con partir del pueblo pero nunca se atrevieron. .
Una noche cuando la luna ya había salido detrás de el bosque cercano una niña se acercó a el. Ella tenía consigo un farol hecho con luciérnagas y se quedo mirándolo con la curiosidad que solo una pequeña niña puede tener en su cara. El hombre le sonrio y luego le pregunto. Quien eres tu niña. Mi nombre es Cristina y tengo 10 años. El hombre volvió a sonreir y le pregunto. Que te gusta hacer. Ella sonrio y el dijo que le gustaba ir a la biblioteca del pueblo a recoger palabras olvidadas que encontraba en los libros viejos. El hombre solto una sonora carcajada y tomando una una de sus maletas la más pequeña se la ofrecio a la niña diciendo. Toma esta maleta te servirá en tu vida. Ella le pregunto Que hay en ella. El hombre simplemente le dijo. En ella esta tu y—Nada pero tu la llenaras con tus vida y tu historia llena de palabras.
La niña la abrió y en ella encontró una frase que decía. Tu destino. Gracias dijo la nina y luego le pregunto A donde quiere ir usted. El la miro y con una lagrima en sus ojos de conntesto. A donde me esperen.
Pasaron los días y lo meses y luego los años. El viajero seguía allí, más encorvado, más silencioso y más olvidado ya que su cuerpo no era más que parte del paisaje del pueblo. Las maletas se habían vuelto más ligeras y eteras. Una mañana, la banca estaba vacía. Solo quedaban las maletas, alineadas como soldados dormidos.
Asombrados los habitantes del pueblo se preguntaban que había sucedido porque aquel hombre había partido sin despedirse, porque había dejado las maletas y algunos dijeron que a altas horas de la noche habían despertado al oír el traqueteo de un tren. Pero simplemente se volvieron a dormir.
Todos se reunieron alrededor de aquel banco vacío donde había 6 maletas. El alcalde del pueblo dio un paso y tomando una a una las abrieron. Dentro encontraron cartas sin destinatario, mapas antiguos sin rutas marcadas y , relojes sin manecillas. Y en una de ellas, una nota escrita con tinta azul:
“No esperen el tre