En Lucas 13:11, una mujer llevaba 18 años encorvada, atada por el enemigo. Su condición era más que física; era un reflejo de una carga espiritual. Pero Jesús, movido por compasión, la liberó. Así como esa mujer, muchos viven encorvados por cadenas invisibles. La resurrección de Jesús no solo venció la muerte, también vino a deshacer las obras del diablo (Hebreos 2:14). Hoy, puedes tener un vínculo con esa victoria, no con tus ataduras. Cree que en Cristo hay libertad y sanidad completa.

La transformación genuina en Cristo no es solo un cambio superficial, sino una renovación profunda del corazón y la mente. Comienza en lo íntimo, cuando el Espíritu Santo toca nuestro interior y nos guía a vivir conforme a la voluntad de Dios. Esta transformación se refleja en una vida que ya no se rige por los deseos del mundo, sino por los frutos del Espíritu: amor, bondad, justicia y verdad. Como hijos de luz, nuestra manera de hablar, actuar y relacionarnos se convierte en evidencia externa de lo que Dios está haciendo dentro de nosotros. Una vida transformada no necesita anunciarse, porque brilla sola, reflejando la luz de Cristo en cada paso.

A veces, nuestro corazón se siente seco, perdido, confundido. En esos momentos, el enemigo susurra mentiras: “Dios se olvidó de ti”, “ya no hay vuelta atrás”, “no eres digno”. Pero el Espíritu Santo, suave y fiel, habla a nuestro espíritu con verdad: que somos hijos amados, que aún hay esperanza, que Dios no se ha ido.

No importa cuánto tiempo lleves sintiéndote lejos, ni qué tan profunda sea tu oscuridad. Jesús mismo lo dijo en Juan 6:37: “al que a mí viene, no le echo fuera”. Él no te rechaza, ni se cansa de ti. Su gracia no tiene fecha de vencimiento. Solo necesitamos volver el rostro hacia Él, abrir nuestro corazón y permitir que el Espíritu Santo nos recuerde quiénes somos y a quién pertenecemos. Dios sigue allí, con los brazos abiertos.

(9 Noviembre 2023) Agradecer al Espíritu Santo es reconocer su presencia constante en nuestras vidas, un compañero fiel que nos fortalece y guía en nuestras debilidades. Su rol es fundamental para nuestro futuro, ya que nos orienta hacia una vida que refleja la voluntad de Dios. El Espíritu Santo mora en nosotros, ayudándonos a vivir de acuerdo con la verdad divina. Es crucial tener claridad sobre nuestra posición delante de Dios y actuar con integridad, evitando todo lo que pueda entristecer al Espíritu. Al vivir en obediencia y cultivar su fruto, crecemos continuamente en el conocimiento de su verdad, transformándonos cada día más a su imagen y reflejando su amor en el mundo.

En el Salmo 50:15, Dios nos invita a clamar a Él en nuestros momentos de dificultad: "Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás". Este versículo nos recuerda que el clamor surge de la angustia, de esa sensación de impotencia y desesperación en la que nos encontramos cuando las cargas de la vida nos sobrepasan. Es en esos momentos de vulnerabilidad cuando más necesitamos recurrir a Dios, sabiendo que Él está dispuesto a escucharnos y a ofrecernos Su auxilio. Clamar a Dios no solo es un acto de súplica, sino también de confianza, pues sabemos que Él es fiel para librarnos y restaurarnos. En nuestra debilidad, Dios se manifiesta con Su poder y misericordia.

La obediencia es clave para encontrar la paz y el gozo en nuestra vida. A menudo, en medio de las dificultades o distracciones, podemos perder de vista ese camino. Sin embargo, el gozo no es algo que se pierda para siempre; es posible recuperarlo cuando reconocemos que nos hemos desviado. Al igual que nos invita el libro de Lamentaciones, hacer un examen de conciencia y arrepentirnos nos permite regresar al camino del Señor. La reflexión y la humildad son los primeros pasos para restaurar esa conexión con Dios y volver a experimentar la verdadera alegría que proviene de seguir su voluntad.

Lo más fácil de perder es, sin duda, el gozo. Es tan frágil que puede desvanecerse con una simple conversación, una noticia inesperada o una reflexión negativa. El enemigo, muchas veces, intenta robar nuestra paz interior para que dejemos de reflejar el amor y la gracia de Dios. Cuando no vivimos en gozo, nuestra actitud puede volverse amarga, y eso afecta nuestro testimonio como hijos de Dios. El Reino de Dios se fundamenta en la justicia, la paz y la alegría. Es en este gozo donde encontramos fuerza y esperanza, y es lo que debemos ofrecer al mundo a través de nuestras vidas. Al estar llenos de gozo, somos una luz que puede iluminar a otros.

El cambio de nombre que Noemí hizo, al decidir llamarse Mara, refleja cómo el dolor y las pruebas pueden afectar nuestra percepción de quiénes somos. En su desesperación, Noemí eligió identificarse con su sufrimiento, sintiendo que su dolor la definía. Sin embargo, este proceso también muestra que, a través de las dificultades, Dios nos lleva de vuelta a nuestra esencia original, a lo que realmente somos en Él. Aunque el sufrimiento nos puede hacer sentir perdidos, es en esos momentos donde Dios está trabajando para perfeccionar nuestra identidad y revelarnos lo mejor de nosotros mismos. A veces, el proceso puede ser largo, pero al final, como Noemí, podemos experimentar la restauración y la dulzura que viene al rendirnos a la voluntad de Dios. Él sigue moldeándonos, sacando lo mejor de nosotros, incluso en medio de las pruebas.