Muros fuertes y corazones rotos (Nehemías 5:1-5)
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En tiempos de Nehemías, los enemigos de afuera no habían podido destruir la obra. Sambalat, Tobías y Gesem el árabe habían intentado burlarse, intimidar, amenazar. Pero todo había fallado. Jerusalén seguía levantando sus muros. El enemigo no logró vencerlos por la fuerza. Así que el peligro vino de adentro.
Mientras los hombres trabajaban con una mano en la espada y otra en la mezcla, dentro del pueblo crecía una herida más peligrosa que cualquier ejército. La injusticia entre hermanos. El capítulo cinco de Nehemías abre con una frase desgarradora: “Hubo gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra sus hermanos judíos.” No eran los filisteos ni los samaritanos los que los oprimían. Eran los suyos. Y eso, en el corazón de Dios, es una afrenta mucho más grave. Porque cuando el pueblo redimido oprime a su propio pueblo, el muro más alto que se derrumba no es el de piedra, sino el de la fraternidad.