La noche del 15 de marzo de 2025 en la Ciudad de México se sintió como un temblor suave bajo los pies: era imposible saber si era la tierra o el bajo retumbando desde alguna esquina. Esa noche los carteles no podían ser más distintos entre sí, y al mismo tiempo, más cercanos. Lago Jacuzzi, Gloory Hole, Mabe Fratti, Tomasa del Real, Diles que no me maten, Grito Exclamac!ón, Belafonte Sensacional, Bruja Prieta, Americojones, Donny Graff, Demonios bien vestidos, Luz luz luz, Kebra, Negraconda... y más por anunciar, como si lo importante fuera precisamente eso: lo que aún no tiene nombre, lo que todavía está por suceder.

Me encontré ahí, entre luces bajas y cuerpos en movimiento, preguntándome cómo se escribe de la música cuando la música no cabe en palabras. Cómo narrar algo que se vive más con el pecho que con los oídos. Tal vez el futuro de la crítica musical esté en eso: en la crónica que no pretende explicar, sino conservar; en las ganas de decir “yo estuve ahí, y me llena el corazón decírtelo”. O de invitarte: “tienes que escuchar esto que nos hace bien”.

Todavía podemos emocionar con las palabras, pero también podemos callar y compartir el mismo beat. ¿Para qué decirte lo que escuché si lo podemos escuchar juntos? ¿Para qué explicarte la noche si todavía tiembla en el cuerpo?