El 70% de los adultos en Estados Unidos ha experimentado al menos un evento traumático. De ese porcentaje, una parte significativa desarrolla trastorno de estrés postraumático. A esto podemos sumarle el estrés constante generado por la política, la inseguridad, los noticieros sensacionalistas, las tensiones del hogar, de la pareja, del trabajo… y la lista continúa.
Son demasiadas presiones para un cuerpo que fue diseñado por Dios para vivir en ciclos de descanso: cada 24 horas, cada siete días. Sin embargo, estas realidades suelen ser ignoradas dentro del ciclo vital del matrimonio.
Sigue en el aire la pregunta:
¿Cómo lidiar con los traumas no resueltos que sostienen iras activas en el matrimonio?
Salvador Minuchin, uno de los pioneros de la terapia sistémica, afirmaba: "Las familias sostienen su propio sistema de sufrimiento dentro de los ciclos familiares."
Con esto quiso decir que los individuos muchas veces se convierten en los principales perpetuadores de su propio sufrimiento al mantener patrones disfuncionales dentro del sistema relacional familiar.
Los traumas no sanados operan como heridas invisibles pero activas. No se ven, pero sangran emocionalmente a través de reacciones viscerales, conductas desproporcionadas o distanciamiento afectivo. En el matrimonio, donde la intimidad es profunda, estas heridas tienden a reactivarse con fuerza.
Existen dentro de nosotros deseos intensos que claman por ser atendidos, anhelos legítimos que entran en conflicto con las fracturas profundas de nuestro interior. Hemos sido quebrantados: por nosotros mismos, por otros, o por eventos que, en la inocencia de la vida, nos tomaron por sorpresa sin contar con un ancla segura. Y así, nos rompimos profundamente.
Estas memorias —emocionales, sensoriales, visuales, incluso gustativas— resurgen con intensidad en momentos de estrés, provocando fuertes altercados. Luchamos por proteger nuestro lugar, por defender nuestra dignidad, incluso enfrentando a personas que ya no forman parte de aquel ecosistema tóxico. Sin embargo, al perpetuar nuestros propios patrones disfuncionales, nos mantenemos atrapados en un ciclo persistente de dolor y lucha.
¿Podemos detener estos ciclos tóxicos de respuesta disfuncional?
Sí, es posible. Pero requiere una decisión intencional de parte suya. Usted es quien debe equiparse con la funcionalidad emocional y espiritual necesaria para responder con asertividad ante eventos que, la mayoría de las veces, suceden dentro de usted mismo. Tomar conciencia de cómo se activan esos patrones ocultos es el primer paso para responder de manera coherente con el momento presente y no con el dolor pasado.
Sé que no es fácil detenerse cuando su cónyuge o su entorno sabe exactamente dónde tocar, qué decir o cómo herir para que usted reaccione como siempre lo ha hecho. En esos momentos, el conflicto no es solo externo: la verdadera lucha se libra dentro de usted.
Frente a usted están sus historias pasadas... y su posible futuro. Y sí, es cierto: no quiere sentirse vulnerable. No desea despojarse de las armas con las que ha aprendido a defenderse, porque teme quedar expuesto, sin protección. Pero es justamente ahí donde necesita acceder a una fuerza superior: la potencia del Espíritu de Dios.
El arma más poderosa para romper este ciclo es paradójica: rendirse. Sí, rendir sus argumentos, sus mecanismos de defensa, sus hábitos de reacción. Solo cuando usted cede el control a Dios y permite que lo espiritual lo llene, comienza el verdadero cambio. Y eso se logra yendo una y otra vez al trono de la gracia (Hebreos 4:16), presentando su corazón herido delante de Aquel que puede sanarlo por completo.
Confiese sus heridas. Hable con Dios. Cuéntele lo que vivió, lo que le hicieron, lo que aún le duele. Sea específico, honesto, constante. Si necesita apoyo, busque un teólogo, pastor o líder espiritual maduro que le acompañe en el proceso. Pero sobre todo, no postergue este momento:
Siéntese en el diván de Dios y derrame su alma......