Durante más de cien años, hubo un nombre que hacía temblar a ejércitos enemigos en todos los rincones de Europa: los Tercios. Considerados por muchos historiadores como la primera infantería profesional moderna, los Tercios españoles fueron el núcleo del poder militar del Imperio español en los siglos XVI y XVII. No solo conquistaron territorios, sino que redefinieron la manera de hacer la guerra.

Hoy, los Tercios son recordados como una combinación letal de disciplina, innovación táctica y valentía inquebrantable. Fueron protagonistas en algunas de las gestas militares más asombrosas de la historia europea, dejando una huella imborrable en la evolución del arte de la guerra. No se trataba únicamente de soldados formados, sino de verdaderos símbolos de una era, cuyas historias aún resuenan en academias militares de todo el mundo.

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La Edad Media siempre se nos presenta como un mosaico de castillos, reyes, campesinos y guerras interminables. Sin embargo, entre las grandes narraciones épicas y los episodios de violencia que marcaron la época, existen pequeñas historias —silenciosas pero reveladoras— que muestran hasta qué punto las comunidades medievales podían ser creativas, valientes y profundamente conscientes de sus derechos. Una de estas historias, casi ignorada incluso por los estudiosos, es la de Tielrode, una ciudad flamenca del siglo XIV que tomó una decisión radical: desaparecer voluntariamente del mapa antes que someterse a un impuesto que consideraban injusto.

A mediados de esta década, diferentes auditorías internacionales, junto con paneles científicos vinculados al estudio del cambio climático, han empezado a dibujar un escenario que hace apenas unos años habría parecido exagerado o incluso alarmista: si queremos cumplir los objetivos climáticos globales y evitar que el calentamiento del planeta supere los límites irreversibles, la humanidad tendrá que transformar su dieta de manera profunda antes de 2050. No se trata de una moda, ni de un giro ideológico, ni de un simple consejo de salud pública: es una conclusión científica derivada de observar cómo producimos, distribuimos y consumimos alimentos, y qué efectos tiene este proceso sobre la atmósfera, el agua, los bosques y la biodiversidad.