Desde el corazón de la docta Córdoba Capital, donde las historias suelen tejerse con el hilo de la tradición y la sorpresa, el Profesor Jorge Campoamor y su entrañable amigo, el Doctor Enrique Pascual – ambos espíritus curiosos y observadores de la realidad que los circunda – atesoran en el cofre de sus recuerdos un lustro singular, comprendido entre los años 2015 y 2020. Fue en la geografía mística de la Quebrada de Luna, paraje ubicado al norte del siempre enigmático Capilla del Monte, donde el destino les tenía reservada una experiencia que trascendería los límites de lo tangible. El vínculo que los condujo a este escenario de asombro se había forjado tiempo atrás, en la atmósfera cómplice de una charla dedicada a los misterios que pueblan la bóveda celeste. Allí conocieron a Miriam y su esposo, un matrimonio de semblante sereno y sabiduría ancestral, quienes, con la calidez de la hospitalidad serrana, los invitaron a explorar los secretos que aquella tierra guardaba. En el silencio profundo de la quebrada, donde el viento susurraba leyendas entre las rocas milenarias, una sensación gélida calaba los huesos de los visitantes. Sin embargo, en un instante que desafió las leyes de la física y la razón, mientras la mirada de Jorge se posaba en un punto impreciso del horizonte, el frío se desvaneció como por arte de magia. Ante sus ojos atónitos, como surgida de las entrañas mismas del planeta, la esquiva y legendaria ciudad intraterrena de ERKS se manifestó. No como una visión etérea o difusa, sino con la tangible presencia de construcciones blancas y puras, de líneas arquitectónicas que evocaban la serenidad y el misterio de las lejanas tierras de Oriente Medio. La sorpresa lo embargó, la incredulidad danzó por un instante en su mente, antes de ser eclipsada por la fascinación de lo inexplicable. Curiosamente, Enrique, a su lado, no lograba discernir aquella maravilla. Miriam, con una sabiduría ancestral reflejada en sus ojos, explicó con voz suave que ERKS no se revela a la simple mirada, sino que requiere la visión del corazón, una apertura del alma que trasciende los límites de la percepción ordinaria. Y entonces, el prodigio continuó su curso para Jorge. Una luz de un azul vibrante e intenso, como un espíritu etéreo desprendido del cielo o de las profundidades de la tierra recién revelada, irrumpió en la escena. Con una gracia ingrávida, esta luminiscencia danzó en el aire, acercándose al testigo absorto hasta rozar los límites de su percepción, pasando a escasos cinco metros de su asombro. Aquel instante, suspendido en el tiempo y bañado por el fulgor azulado, se grabó en la memoria de Jorge como un sello indeleble, una prueba palpable de que la realidad, a veces, se desdobla para mostrar sus velos más secretos y maravillosos a aquellos que saben mirar con el alma. La Quebrada de Luna, testigo silenciosa de este encuentro extraordinario, quedó para siempre ligada a la historia de Jorge y, aunque de manera diferente, también a la de Enrique, un relato que resonaría en sus vidas como un eco constante de lo inesperado y lo trascendente, recordándoles la existencia de mundos que se ocultan a la mirada superficial.
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