Audiopoema de La muerte del payador de Rafael Obligado. Último canto de Santos VegaBajo el ombú corpulento, de las tórtolas amado, porque su nido han labrado allí al amparo del viento; en el amplísimo asiento 5que la raíz desparrama, donde en las siestas la llama de nuestro sol no se allega, dormido está Santos Vega, aquel de la larga fama. 10—20→En los ramajes vecinos ha colgado, silenciosa, la guitarra melodiosa de los cantos argentinos. Al pasar los campesinos, 15ante Vega se detienen; en silencio se convienen a guardarle allí dormido; y hacen señas no hagan ruido los que están a los que vienen. 20El más viejo se adelanta del grupo inmóvil, y llega a palpar a Santos Vega, moviendo apenas la planta. Una morocha, que encanta 25por su aire suelto y travieso, causa eléctrico embeleso, porque, gentil y bizarra, se aproxima a la guitarra, y en las cuerdas pone un beso. 30Turba entonces el sagrado silencio que a Vega cerca, un jinete que se acerca a la carrera lanzado; retumba el desierto hollado 35por el casco volador, y aunque el grupo, en su estupor, contenerle pretendía, llega, salta, lo desvía, y sacude al payador. 40—21→No bien el rostro sombrío de aquel hombre mudos vieron, horrorizados, sintieron temblar las carnes de frío. Miró en torno con bravío 45y desenvuelto ademán, y dijo: -«Entre los que están no tengo ningún amigo, pero, al fin, para testigo, lo mismo es Pedro que Juan.» 50Alzó Vega la alta frente, y le contempló un instante, enseñando en el semblante cierto hastío indiferente. -«Por fin, -dijo fríamente 55el recién llegado, -estamos juntos los dos, y encontramos la ocasión, que éstos provocan, de saber cómo se chocan las canciones que cantamos.» 60Así diciendo, enseñó una guitarra en sus manos, y en los raigones cercanos preludiando se sentó. Vega entonces sonrió, 65y al volverse al instrumento, la morocha hasta su asiento ya su guitarra traía, con un gesto que decía: «La he besado hace un momento.» 70—22→Juan Sin Ropa (se llamaba Juan Sin Ropa el forastero) comenzó por un ligero dulce acorde que encantaba. Y con voz que modulaba 75blandamente los sonidos, cantó tristes nunca oídos, cantó cielos no escuchados, que llevaban, derramados, la embriaguez a los sentidos. 80Santos Vega oyó suspenso al cantor; y toda inquieta, sintió su alma de poeta como un aleteo inmenso. Luego, en un preludio intenso, 85hirió las cuerdas sonoras, y cantó de las auroras y las tardes pampeanas, endechas americanas más dulces que aquellas horas 90al dar Vega fin al canto, ya una triste noche oscura desplegaba en la llanura las tinieblas de su manto. Juan Sin Ropa se alzó en tanto, 95bajo el árbol se empinó, un verde gajo tocó, y tembló la muchedumbre, porque, echando roja lumbre, aquel gajo se inflamó. 100—23→Chispearon sus miradas, y torciendo el talle esbelto, fue a sentarse, medio envuelto por las rojas llamaradas. ¡Oh, qué voces levantadas 105las que entonces se escucharon! ¡Cuántos ecos despertaron en la Pampa misteriosa, a esa música grandiosa que los vientos se llevaron 110era aquélla esa canción que en el alma sólo vibra, modulada en cada fibra secreta del corazón; el orgullo, la ambición, 115los más íntimos anhelos, los desmayos y los vuelos del espíritu genial, que va, en pos del ideal, como el cóndor a los cielos. 120Era el grifo poderoso del progreso, dado al viento; el solemne llamamiento del combate más glorioso. Era, en medio del reposo 125de la Pampa ayer dormida, la visión ennoblecida del trabajo, antes no honrado; la promesa del arado que abre cauces a la vida. 130—24→Como en mágico espejismo, al compás de ese concierto, mil ciudades el desierto levantaba de sí mismo. Y a la par que en el abismo 135una edad se desmorona, al conjuro, en la ancha zona derramábase la Europa, que sin duda Juan Sin Ropa era la ciencia en persona. 140Oyó Vega embebecido aquel himno prodigioso, e, inclinando el rostro hermoso, dijo: -«Sé que me has vencido.» El semblante humedecido 145por nobles gotas de llanto, volvió a la joven, su encanto, y en los ojos de su amada clavó una larga mirada, y entonó su postrer canto: 150-«Adiós, luz del alma mía, adiós, flor de mis llanuras, manantial de las dulzuras que mi espíritu bebía; adiós, mi única alegría, 155dulce afán de mi existir; Santos Vega se va a hundir en lo inmenso de esos llanos... ¡Lo han vencido! Llegó, hermanos, el momento de morir!» 160—25→Aún sus lágrimas cayeron en la guitarra, copiosas, y las cuerdas temblorosas a cada gota gimieron; pero súbito cundieron 165del gajo ardiente las llamas, y trocado entre las ramas en serpiente, Juan Sin Ropa, arrojó de la alta copa brillante lluvia de escamas, 170Ni aun cenizas en el suelo de Santos Vega quedaron, y los años dispersaron los testigos de aquel duelo; pero un viejo y noble abuelo 175así el cuento terminó: -«Y si ...
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