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Misiones 00

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Introducción a las Misiones Globales

El Fundamento de la Gran Comisión

Este documento busca articular un marco teológico que justifique el imperativo de la misión global. La reflexión misiológica se inaugura con una pregunta fundamental: «¿Cuál fue el motivo por el cual el Señor Jesucristo, al resucitar de entre los muertos, dio la orden de ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura?». La respuesta, lejos de ser un capricho divino o una mera estrategia de crecimiento institucional, se encuentra profundamente arraigada en la lógica interna del carácter redentor de Dios y el diagnóstico bíblico de la condición humana.

Para desarrollar esta tesis, el presente análisis se estructurará en cuatro secciones interconectadas. Primero, se explorará el origen de la misión en la iniciativa soberana de Dios. Segundo, se examinará la necesidad humana universal que confiere urgencia al mandato. Tercero, se analizará el alcance ilimitado de la comisión como reflejo del amor divino. Finalmente, se definirá el papel de la Iglesia como el instrumento delegado para llevar a cabo esta tarea monumental.

Es teológicamente crucial comenzar cualquier análisis de la misión con el carácter de Dios, pues la misión no es una invención de la Iglesia, sino una expresión de su propósito redentor inherente. La misión, en su esencia, es Missio Dei—la Misión de Dios—, el principio teológico que afirma que la misión se origina en el ser y la actividad de Dios mismo, y no en una iniciativa humana.

El primer acto misionero de Dios se registra inmediatamente después de la Caída. Ante la transgresión y el ocultamiento de Adán y Eva, la primera pregunta que resuena en la historia no es una confesión humana, sino una búsqueda divina: «¿dónde estás tú?». Este acto primigenio demuestra que la iniciativa para cerrar la brecha relacional no partió del hombre, sino de Dios mismo. Él es el primer misionero, el que busca activamente al perdido.

Esta iniciativa divina progresa de manera consistente a lo largo de la historia de la salvación, demostrando que Dios nunca ha sido indiferente a la condición humana.

  • Comunicación Persistente en el Antiguo Testamento: La historia de Israel es un testimonio de la búsqueda incesante de Dios. Como afirma el autor de Hebreos, Dios no permaneció en silencio, sino que «habló muchas veces y de muchas maneras» a través de los profetas (Hebreos 1:1-2), mostrando una y otra vez su deseo de comunión y redención.
  • Encarnación y Ministerio de Cristo: La culminación de esta búsqueda divina es la encarnación. Cuando la humanidad no escuchó su llamado, Dios mismo vino a buscarla. El ministerio terrenal de Jesús es la personificación de la misión divina. Él vino a Galilea «predicando el evangelio del reino» y llamando a la humanidad al «arrepentimiento» y a la fe (Marcos 1:14-15). Su vida fue un peregrinaje misionero constante, pues «recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando... y predicando el evangelio del reino» (Mateo 9:35).

Esta incansable iniciativa divina no opera en un vacío; es una respuesta directa a una necesidad tan profunda y universal que solo su Creador podría resolver: la condición desesperada de la humanidad.

El diagnóstico bíblico de la condición humana es el fundamento que confiere urgencia y necesidad a la misión global. La orden de evangelizar no es una directriz arbitraria, sino la respuesta compasiva y lógicamente necesaria de Dios a un problema de proporciones universales. El apóstol Pablo, en su epístola a los Romanos, establece dos pilares teológicos interconectados que definen esta realidad: la universalidad del pecado como condición inherente y la universalidad de la muerte como su consecuencia ineludible.


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